LA PRINCESA SOÑOLIENTA

Cunqueiro, primero y único de su especie, escribía en un papel como era de esperar pero no con estilográfica, como cuenta la leyenda, sino con una olivetti portátil. A Cunqueiro, esto no todos lo saben, las historias le pedían y él les daba un tecleo a ritmo de panxoliña, alalá o muiñeira, eso ya según el tema y el tono. Tacatá tacatá taca taca tacatá. Hay tipos a los que las musas les poseen y escriben al dictado maravillas a caballo de dos mundos, el de la literatura y este nuestro, mas prosaico y en general deslucido. También hay otros que directamente se las inventan, a conveniencia y para el caso, con la facilidad y el desparpajo de quien vive, él mismo, entre esos dos mundos. Estos segundos, por raza y carácter, resultan indistinguibles de los mentirosos compulsivos, de los que inventan los timos y los mitos. Cunqueiro nunca estuvo aquí del todo y pasó casi toda su vida más bien allá, inventando musas que luego le susurraron a otros, y todos tuvimos la suerte de que no le dio por la estafa e hiciera por encauzar esa vena en un río de letras que se le desbordaba en cada recodo.

Hay un cuento de Cunqueiro que se ha perdido y es una pena porque es de los mejores, que son esos que escribía en primavera, mirando desde su ventana cómo los cerezos florecían y las nubes, preparándose para el estío, iban perdiendo el gris invernal y se volvían blancas y nuevas. Como las ropas que las lavanderas, en la ribera del Masma, en el lejano Mondoñedo, ponían a clareo hasta que el sol las hacía molestas a la vista. A Cunqueiro los domingos a la anochecida, a tiempo para que los linotipistas lo enviaran a la rotativa, un mandadero le recogía el artículo del lunes, que siempre era más poético y más lleno de mentiras que los de, pongamos, los miércoles. El fin de semana es tiempo de comer con fundamento y sobremesa, de recibir visitas de amigos, de releer poetas chinos y sagas nórdicas y eso, ya sabemos, pide un teclear optimista y sensual, dulcemente epicúreo. Los domingos por la tarde, esos que De Quincey malgastaba en sueños de opio, los ocupaba el mindoniense en relatarnos ensoñaciones de sirenas, caballeros enamorados, magos artúricos y princesas dulces y delicadas.

En ocasiones, pocas pero relevantes, el encargado de llevar las cuartillas en un sobre a la redacción desaparecía para nunca más volver. Los gallegos son muy de irse, de cambiar el aquí por un allí, unas veces por necesidad y otras por gusto. Anda corrida la teoría, nunca comprobada, de que esos mensajeros ausentes en reparto son los pobres desgraciados que, por una u otra razón, se atrevieron a abrir el sobre que se les había encomendado y, arrastrados por un irresistible influjo, se echaron a los caminos buscando quién sabe qué misterio o portento. Ese secreto no lo sabe nadie, que es cosa que ya para siempre quedó entre el autor y sus víctimas, si así se les puede llamar. Hay muchos que dudan de la veracidad de tal explicación pero yo por buena la tengo porque sé que hay puentes, sólidos y orgullosos, que si el viento les susurra las historias adecuadas y en el tono correcto, pierden el oremus y su alma gris de hormigón se ve embargada por el sobresalto y la agitación que adviene a quien, de improviso, descubre que confundió su vida. A quienes recuerdan de pronto que soñaban vivir en el camino y se dan cuenta de que han acabado siendo camino. Si esto pasa a los puentes no alcanzo a entender por qué nos parece tan raro que pueda sucederles a los hombres, por qué nos extraña que un domingo a la anochecida puedan sentir la necesidad de vivir esas historias, de dejar de ser mensajeros de pasmosas noticias y protagonizarlas.

Uno de esos cuentos perdidos narraba la historia del Caballero Edmundo de Claraval, sobrino de San Bernardo y poeta enamorado sin amada, lo que venía siendo la moda en sus tiempos, cosa que llamaban el amor de lonh o amor de loin. Quiérese decir que los jóvenes caían enamorados de damas nunca vistas y de las cuales sólo habían tenido noticias por oídas de algún poema cantado o por leídas en unos versos manuscritos. A Edmundo, mozo de dulce voz, tañedor de cítara y versificador de delicados sentimientos, una noche de campamento tras una larga jornada en un viaje de Burdeos a Montauban se le apareció en sueños una princesa de bellísimo rostro, ojos oscuros, misteriosos y soñolientos, que le susurraba en un idioma de dulcísimos sonidos que componían una extraña música. La vio caminar hacia él, etérea, como quien no toca el suelo, y pudo observar los extraños dijes y ornamentos y riquísimas sedas que la envolvían, como al más preciado de los presentes. Edmundo cayó, cómo no, irremediablemente enamorado en ese mismo instante y, en plena noche y bajo un membrillo cubierto de flores, cada una de ellas promesa de un fruto, dio de inmediato gracias a Dios Nuestro Señor por haberle proporcionado tan excelente dama de portentosa belleza y elevada cuna, jurando dedicar su vida a amarla incondicionalmente, cantar sus innúmeras virtudes y pregonarlas sin descanso ante cuantos quisieran oírle. Edmundo se echó al camino haciendo, jornada tras jornada, castillo tras castillo, partícipes a cuantos reyes, príncipes, delfines, caballeros y damas pueblan la faz de la tierra de ese su rendido amor.

Ese cuento, irremediablemente perdido, relataba con detalles cómo en un cruce de caminos entre Érmora y Vilouriz, que viene siendo donde hoy lindan los concellos de Toques, Palas de Rey y Melide, en la Serra do Careón, una raposa con el don de lenguas propició el encuentro de nuestro enamorado con la Princesa Li-Po, la menor de las nueve hijas del Emperador de la China, quien un atardecer de septiembre salió a pasear con su séquito y, sorprendida por la caída de la noche, se perdió en el camino de vuelta a palacio. Edmundo, al ver los ojos rasgados y el caminar a pasitos de Li-Po supo de inmediato que aquella era la princesa soñolienta y levemente levitante de su sueño premonitorio. Ambos, con ayuda de la raposa, el más inteligente de los animales y que se ofreció para  oficiar de intérprete, se cantaron romanzas y poemas de sus lejanas tierras. Rendidos al amor al siguiente día, tras convertirse ella al cristianismo y serle borrado el pecado original con las aguas santas del bautismo, contrajeron matrimonio en la iglesia de Leboreiro. Los detalles de la historia, agrandados por el boca a boca, corrieron por la comarca y aún más allá e invitados por Cresconio, Obispo de Compostela, admirado por la conversión de tan principal persona llegada de tan lejanas tierras, hasta allí hicieron el Camino. A la entrada a la ciudad los esperaba la curia completa y el Obispo les ofreció aposento en su palacio porque a los recién casados les había precedido la noticia de la piadosa devoción de la Princesa China, quien paró a oír misa, comulgar y dejar generosa limosna en todos los templos que fueron encontrando. Por Santiago, para el banquete del casorio, se dejó caer el mismísimo Emperador de la China y le sirvieron empanada de lamprea, caldo de repollo, pulpo de O Carballiño, merluza del pincho y churrasco a voluntad. Todo ello lo regaron con vinos del Rosal y A Rúa. Cuentan que lo que más le gustó al Emperador de la China fue la morcilla dulce de arroz cosa que, si bien se mira, era de de esperar.

Yo todo esto lo sé porque mi hermano, hace ya unos años, sentado en el pretil del pontigo que hay en el mismísimo Leboreiro, escuchó la historia que una raposa vieja le contaba a una china joven que venía, eso dijo, desde el Lejano Oriente buscando noticias de su pariente la princesa Li-Po. Él pudo sentir el prodigio de cómo, según la raposa iba contando la historia, el puente temblaba, tal que si tuviera ganas de ponerse en marcha, quién sabe hacia dónde.

VOLVER A CASA

Yo estuve en Valladolid para un entierro y me pareció una ciudad muy alegre, quizá por el contraste. Al llegar ya habían incinerado al pobre Manrique, que se paseó por Galicia con nombre de mesnadero del Cid, la sonrisa franca, ese brillo pillo en los ojos que tienen algunas buenas personas y el cuerpo moreno, canijo y enjuto de un banderillero. Un tipo de secano, se mire por donde se mire. No es que llegáramos tarde, que nos plantamos en el sitio y a la hora señalada, es que el plan, y así tenían hecho, era enterrar las cenizas en la que había sido su casa, un chalet igual que otros muchos en una urbanización bajo un pinar a medio camino entre lo que viene siendo el mismo Valladolid y las afueras de Tordesillas, que no sé yo si es villa o ciudad. Una urbanización que es remedo de pueblo de repoblación franquista de cuyo nombre no puedo acordarme. Uno de sus hijos, arquitecto y por ello perito en estas cosas, buscó el lugar adecuado en la finca. Un punto soleado, visible desde el salón y fuera del alcance de posibles ampliaciones urbanísticas. Allí enterró las cenizas del mesnadero enjuto; poca cosa, apenas un tupperware para un almuerzo. Justo encima plantó una magnolia que perfumaba el aire, olor de santidad, pensé. Todas estas operaciones estaban hechas y la cita era para una pequeña ceremonia, que se suponía sencilla. En el comedor de la casa, oscuro y amplio, nos sentaron a la mesa y un tipo que pululaba por allí con pinta de fontanero pero resultó ser sacerdote y moderno comenzó una misa que en realidad fue una última cena en toda regla. En horario anglosajón, eso sí. Bendijo una botella de cigales sin etiqueta, de cosechero, fruto de las vides de allí al lado y el trabajo del hombre aborigen y una barra de pan gramado y sin sal, del que comen en castilla. Un pan horrible, de esos que al día siguiente te caen al suelo y se hacen pan rallado sólo del golpe. Los gallegos, con lo del pan, siempre parece que nos hizo la boca un fraile, pero es que pasando Pedrafita el pan ya no es pan. Lo cierto es que la escena fue llamativamente delirante. Bebimos cigales de un cuenco, ya convertido en sangre de cristo, y comimos trocitos de pan desaborido que fuimos tomando de una fuente de barro. A los funerales y la religión en general, fue mi conclusión, el boato, el dorado, la música barroca y las imágenes de los santos los visten mucho, les dan un aquel que los saca de esa miseria que resulta de hablar de cosas de importancia en los escenarios de la cotidianidad. Quizá haya quien vea a dios entre los pucheros pero más luce en las catedrales, lo mismo que los discursos prestan más en el parlamento que en los mercados de abastos, se pongan como se pongan. Andaba desazonado por todo esto cuando de pronto, en el salón, descubrí una placa grande de plata grabada con una dedicatoria para Manrique. Estaba fechada como unos cuarenta años antes y en ella cinco amigos lo despedían, le reconocían su trabajo y le deseaban suerte en su siguiente destino. Y allí estaba, la primera, la firma de mi abuelo Amador. Cosas extrañas, esos hilos que atraviesan el tiempo. Estoy seguro de que caminamos inadvertidos y estas casualidades, estas conexiones invisibles, las vamos atravesando y rompiendo como telarañas en un desván. A Manrique se lo comió un cáncer en unos meses y yo me fumé un cigarro en la misma ventana en la que él se asomaba a hacerlo a escondidas de su mujer mientras pensaba de qué coño hablarían él y mi abuelo. La ceniza se la llevaba el viento en dirección contraria a la magnolia. Mi abuelo, que también fumaba sus tres paquetes diarios de Ideales a los cuales cambiaba el papel con parsimonia, murió de felicidad. Se lo trajeron a vivir a la ciudad y en seis meses andaba callado, taciturno, malhumorado y despistado. Una tarde se escapó, con su terno y la gabardina al brazo, a coger el coche de línea para irse a su casa. Esperó hasta medianoche fumando en la acera frente a donde, hace muchos años, paraba la Empresa Pereira. Le dieron de cenar en una tasca ya a la hora de cerrar y el patrón le buscó una pensión. La policía nos lo encontró al día siguiente y mi padre decidió llevarlo a casa, como él quería. A mitad del viaje recuperó el ánimo y empezó a hablar y a explicar dónde empezaba cada parroquia, qué nombre tenía cada lugar, cada curva, quién vivía en dónde y qué tierras habían sido de cada uno de los pazos de la zona. Esa tarde y gran parte de la noche estuvo fumando y leyendo con avidez los pliegos del Aranzadi, jurisprudencia y legislación, atrasados de seis meses que se le habían acumulado en montones desordenados y que, venían sin cortar, abría con una plegadera de ébano. Del sueño que vino después ya no despertó. Yo a veces pienso en esa placa que hay en el salón de una casa que no sabría distinguir de otras casas bajo unos pinos entre Valladolid y Tordesillas y en las amistades, las casualidades y el olvido.

MEDIA HORA INSOPORTABLE

Estoy pensando en escribir el guión de una película. Un mediometraje, digamos, porque más de media hora sería insoportable.

Un tipo va a sacar dinero de un cajero, uno de esos que dan a la calle, no una cabina, y de pronto descubre que no puede salir. No me pregunten por qué ni cómo, simplemente no puede. Como quedarse atrapado en un ascensor pero sin ascensor. Digamos que el asunto es una mezcla de El Ángel Exterminador con La Cabina. Un mix Buñuel-Mercero, pero a lo pobre, en la acera. El tipo se sorprende, se desconcierta, se ríe de lo ridícula que es su situación, se preocupa y se tranquiliza porque, piensa, el asunto habrá de arreglarse.

Entonces lo tuitea haciendo broma, sube unos selfies a Instagram y lo pone en su estado de Facebook. Al principio nada, y se siente solo. Luego se hace viral y le llaman de la radio, le hacen una entrevista en la Sexta y vienen los de Callejeros. Pablo Iglesias le manda todo su apoyo en nombre de la gente, que también está atrapada por el sistema. Mariano le manda un SMS, “Fulano sé fuerte”. Albert Rivera hace un llamamiento a una solución dialogada y la regeneración del país. Pedro Sánchez, en nombre de sus compañeros y compañeras, se solidariza con él y culpa a los recortes. Puigdemont lo llama para reunirse y el tipo le explica que muchas gracias, pero no puede ir. Garzón habla de él como el Ciudadano Fulano, poniéndolo como ejemplo de coraje y resistencia, un hombre solo que no se rinde, como IU. El Pequeño Nicolás sube a Twitter un selfie con Fulano pero el ABC descubre que es un montaje con Photoshop. Arcadi Espada critica el modo en que se dan las noticias al respecto del incidente porque en la foto no se ve que la Guardia Civil ha dispuesto un operativo de asistencia y rescate. Ausbanc y Manos Limpias inician acciones penales contra la entidad bancaria por el mal funcionamiento de los cajeros. Jabois y Bustos escriben unas columnas estupendas, sacando a colación el uno cómo la situación de Fulano se parece al amor y el otro a los emparedados de la Edad Media, penitentes con mirilla a la calle. El hashtag #ATMman se hace viral en el mundo entero y vienen los japoneses de la NHK. Anonymous filtra 20 Gb de documentos que probarían que la causa es un virus desarrollado por la NSA que infecta los cajeros y promete desactivarlo. Las de FEMEN no enseñan las tetas porque no es una mujer y Greenpeace, en un comunicado larguísimo, luego de reconocer que efectivamente es un mamífero, le recomienda que no le de mucho el sol por lo del agujero de ozono. The Sun titula a cuatro columnas recomendando a los ingleses que no vengan a España y que se alcoholicen en UK, aunque sea algo más caro. Otegi, en Anoeta, pide el acercamiento, kutxazain kalera o algo así. Jiménez Losantos empieza todos los días su programa recordando que “x días y el ministro de economía aún no ha dimitido ni el vago de Mariano lo ha cesado.”

De pronto a Fulano se le acaba la batería del móvil y se despierta en su cama para descubrir que se llama Gregorio y se ha convertido en una cucaracha. Respira profundamente aliviado. Gregorio no está tan mal. Fundido final. Créditos de salida.

CORISANES, CURASANES Y CROISSANTS

Hay tres clases de bares en los que se puede desayunar y se distinguen por la bollería. En los primeros te dan, si lo pides, mayormente señalando con el dedo, corisanes. El corisán es industrial y esponjoso, como el pan de molde pero en dulce. Viene en tenaces envoltorios monodosis de plástico transparente que se comportan como el celofán de las cajetillas. Hay cosas cuya resiliencia, su tendencia a volver una y otra vez a un estado de original perfección, debería estudiarse en las escuelas de psicología, de negocios y de padres. Nadie puede vencer al envoltorio de un corisán, al plástico de una cajetilla o al envoltorio de un condón. A la que te descuidas han vuelto al prístino estado que el creador para ellos quiso. Es el triunfo de la voluntad, el «Triumph des Willens» del objeto inanimado. Los corisanes son un poco así, como la gomaespuma de un colchón, e igual de secos, insípidos y de una color semejante. La ventaja es que, al no estar hechos de materia orgánica, son inodoros e insípidos y además duran para siempre.

Los curasanes, por contra, intentan imitar el original pero, como los bolsos de Loewe del negro atlético de la calle peatonal, son fácilmente distinguibles. Es mérito a reconocerles a quienes los perpetran que no intentan engañar con la seriedad que pone en el empeño quien, por ejemplo, falsifica billetes. Son, más bien, una parodia pringosa, una metadona de la grasa animal. Y es que, me malicio, si bien se hacen con harina y no con yeso, como los anteriores, la grasa empleada para hacerlos jugosos es aceite de automoción reciclado o el petróleo que antes ensuciaba los mares al limpiar las sentinas. Esto a simple vista no se advierte, sino que es impresión que asalta los sentidos al primer mordisco. La sinestesia, esa percepción que entrando por un canal misteriosamente activa otro, es asunto muy ligado a la ingesta de curasanes. Hay quien los muerde y le saben a negro, o les viene a la nariz el olor que desprenden, lejanas, las fábricas de sulfato para el escarabajo de la patata. Los ejemplos son múltiples y, por conocidos, no nos extenderemos, bastando decir que, para que la gente se vea obligada a comerse los que empieza, los untan de un algo brillante y pegajoso que impide desprenderlos de los dedos. Yo creo que ese producto es el mismo que venden para atrapar ratones, una pasta transparente que untas en un cartón y metes debajo del fregadero.

Los croissants, el original, están hechos de harina y manteca de vaca, que viene siendo mantequilla cocida lentamente para quitarle el agua y que decante otras porquerías. Son suaves, de un hojaldre esponjoso, levemente crujientes en el exterior, del color dorado de las mozas al final del verano y grasientos de una grasa leve, sabrosa, nutricia, puro condensado de vaca. Una persona normal podría comerse media docena, uno detrás de otro, lo cual que tampoco es sano. Ese es el motivo por el que los cobran caros y, además, rarean: política sanitaria. Hay sitios en los cuales, el mesonero truhán es un clásico, intentan hacernos pasar el curasán por croissant poniéndolo a la plancha muy untado de margarina. Cuidado con esto.

Cuando encuentro un bar en el que ponen croissants, sonrío. Luego saco mi libreta de ciudad, trasunto de las de campo de los naturalistas, y en ella, como un Attemborough emocionado, anoto día, hora y coordenadas UTM del feliz avistamiento.

 

COM’È GENTIL

Celebro el 14 de abril, día de la república, por la misma razón que Vizcaíno Casas celebraba el 23F, nos coincide con un evento ginecológico de relevancia. Estas conjunciones cósmicas ocurren o no, y con ello hemos de vivir, como ZP sin la de Obama. Estos días, los aniversarios, aclaro, son muy de pensar en la muerte y, al tiempo, también muy de olisquear en el ambiente la alegría de la vida, los de la primavera, digo. Yo soy mucho de darle vueltas a la cosa de la muerte, buscar razones para que vivir valga la pena y, también desde siempre, de buscar las palabras que las expresen. Quizá de ahí el hábito de leer. Si de la muerte hablamos las palabras que me gustan son las de Cortázar, porque ahí está todo lo que de ella se puede decir:

“Para llorar, dirija la imaginación hacia usted mismo, y si esto le resulta imposible por haber contraído el hábito de creer en el mundo exterior, piense en un pato cubierto de hormigas o en esos golfos del estrecho de Magallanes en los que no entra nadie, nunca”.

No obstante hoy estoy más primaveral y las palabras que explican el impulso por la vida al tiempo que, siempre ahí un ojo puesto, jugueteamos con la idea de la muerte, son las de Ernesto en Don Pasquale.

 

EL BENÉFICO INFLUJO

Más escaso que el loco alegre, espécimen que rarea, es el tonto comedido y circunspecto. El tonto tipo salta al ojo por un ansia no contenida de expresión y la efusividad del gesto. El tonto, sabemos, de ordinario raya en lo imprudente cuando se muestra precavido y cae en un temeraria indiscreción cuando en el ánimo le bulle ese júbilo atolondrado de cándido explorador de la realidad. En su hábitat, léase los pueblos, los tontos traen noticias siempre nuevas y sorprendentes, noticias que no darían para sueltos en las gacetas y los boletines, por ínfimas o frecuentes, pero que tienen su aquél y su porqué. Ellos caminan por el mundo como nosotros quizá lo hicimos un día de verano en la infancia, o como Adán y Eva en su primer día en el Paraíso, con los ojos abiertos a las maravillas. Encuentran, por ejemplo, un botón dorado y te lo muestran con orgullo. ¿Será de un Capitán? ¿Valdrá mucho dinero? ¿Estará preocupado por la pérdida?

El tonto comedido es por ello rareza cuadrifolia, hallazgo insólito que pone a prueba la regla. El tonto prudente baja las cuestas con paso marcial, viste terno de entretiempo y abrigo loden verde heredado de un hermano corpulento, un primo funcionario o un tío comerciante. Suele mirar al suelo y saludar al cruce con todo gusto y fina voluntad, que en algo se ha de notar que lo criaron unas tías, siempre por parte de madre. Está generalmente aceptado que el tonto comedido, no confundir con el tonto taciturno o melancólico, lo es por crianza, que su trabajo cuesta amansarles el ánimo para que vayan por la acera y crucen en verde. Lo que es poco sabido, y aquí se deja reseñado por si fuera de auxilio a quien en tal caso se viera, es el benéfico influjo de la mecanografía. El tonto mesurado adquiere la paciencia y contención como las señoritas se templaban en la espera de un adecuado pretendiente, uséase, entregándose a ocupaciones minuciosas y reiterativas. Las unas con pequeñas puntadas en un lienzo de panamá, los otros haciendo series de letras aparentemente al azar en una Olivetti Lettera 75. Asdfg asdfg hjkl hjkl. Todo es parte de un mosaico del que conocemos, simples mortales, ciertos detalles mientras el conjunto se nos escapa.

El tonto contenido es amigo de las artes, especialmente las escénicas, y acude a conciertos y tiene abono de temporada, que son los zaguanes amplios de los teatros muy de zapato brillante y charla de frases hechas, un poco como los tanatorios. Allí saluda a otros devotos, quizá igualmente retrasados y circunspectos, y hace apreciaciones sesudas acabando las frases con un “¿Verdad?” o un “¿No te parece?” excesivamente enfático. Allí, por qué negarlo, el leve desaliño de alumno aplicado que lo envuelve, tan masculino a la par que tierno, tiene su público de solteras y siempre hay quien le atiende con impostado interés y se apena cuando, acabado el espectáculo, marcha presuroso a casa, a cenar con su madre.

TEST DE TURING

El Test de Turing de los pueblos reciclados o rehabilitados o repoblados se encuentra en la existencia de tonto del pueblo. Al igual que la posesión de las cartas fueras para Villas y Ciudades, la existencia del cargo, aunque se halle temporalmente vacante, es condición necesaria para ostentar el título.

Podemos afirmar que es el de tonto un cargo consuetudinario, cubierto por consenso popular, de facto vitalicio, no pensionado y que en sus notas esenciales es híbrido de los más formales de “Persona non grata” e “Hijo predilecto”, poseyendo características de uno y otro en proporción variable. Normalmente se cubre por concurso de méritos aunque lugares hay en los que parece hereditario, lo cual suele ser un simple espejismo. Los puestos no se heredan pero los carismas que te pueden llevar a ellos sí. 
No es arriesgado afirmar que sin tonto del pueblo un núcleo nuevamente habitado no es pueblo, quizá una colonia de vacaciones, un experimento social en marcha o un kibutz perroflauta. Por ello, quien en uso de la infinita capacidad de errar inherente al ser humano pretenda la resurrección de sus cenizas de un pueblo abandonado, bien que sea por necesidad o vicio, ha de contar con el concurso de un tonto. Sin un tonto una comunidad humana no tiene en quién mirarse, de quién cuidar colectivamente y, lo que es tan importante o más, adolece de chivo expiatorio. Los tontos sirven a múltiples propósitos y si Dios, en su infinita sabiduría, los puso a deambular sobre la faz de la tierra sus razones tendría y quiénes somos nosotros para cuestionar sus designios.
Por ello los tontos han de ser acogidos en el seno de la comunidad como bendición y carga, como penitencia y desahogo. Así ha sido siempre y entretanto el hombre siga siendo quien es así será. Tal como hay sitios donde los vecinos han matado al tonto otros ha habido en los que los vecinos por un tonto han matado. Así son las cosas, más o menos, y, por si sirviera de ejemplo y enseñanza, traigo a la memoria al Parvo de Bidueiros, del que habló mucho Cela. Era hijo bravo del cura de San Miguel de Buciños, aquel que gastaba un carallo descomunal, según dicen, y murió ahorcado de un carballo pero no lo hizo él que fueron los vecinos. Pero no por malquerencia, enemistad o venganza, sino por probar cómo era eso de dar matarile a un prójimo, que la curiosidad y el aburrimiento son cosas que mezclan bien pero de ordinario traen desgracias. Yo, que también sé cosas, puedo decir que al Parvo de Bidueiros le dieron sepultura en sagrado, que qué culpa iba a tener él de suicidarse por consenso vecinal, y tuvo un cortejo con mucha pompa y circunstancia, como los de antes. Llevaron la caja seis a hombros, en lugar de ponerlo en un carro, y en cada cruce de cada corredoira paró la comitiva para echarle un responso, aunque no hubiera cruceiro o peto de ánimas. Aunque para quienes leen las escrituras literalmente esto no tiene perdón de Dios uno no puede negar que, mal que bien, ahí había un respeto y un cariño.

EL NIÑO DE LA VACA

No quiero escribir de vacas. Prefiero hacerlo de la culebra que no tiene lados, al contrario de la vaca, animal que a ojos de un niño en eso excede. Seis, nada menos. Una culebra, por adolecer de lados, da menos juego, pero si la miramos con los ojos del topólogo, que es un tipo pensativo con gafas de cristal grueso y una bata blanca, es una superficie de género tres, como un humano normal. La vaca también es de género tres, pero tiene cuernos. Esas sabidurías, que no son nada de abuela, no las tiene un niño, pero los infantes siempre intuyen algo de los asuntos de los mayores. Se coscan los marrones. Caso de hablar de vacas me vería obligado a mencionar el estómago supernumerario de rumiante y las ubres lactíferas y la cara con cuernos. Hay cosas que me dan pereza y aún más pensar por qué exactamente me dan pereza. No me da pereza, y aún me gusta, recordar que un mundo en dos dimensiones los seres vivos cagaríamos por la boca, so pena de vivir literalmente partidos en dos, cosa que no tiene sentido salvo para el mismísimo Espíritu Santo. Éste, como su propio nombre indica, tiene tres mitades, todas igual de grandes que el total. Dicho así, a + b + c = a = b = c, parece un teorema de Fermat o algo peor, algo insoluble. Eso no lo dice A. Square, en su «Planilandia: una novela en muchas dimensiones», porque en realidad era así como abate, o cura, y gente de tal jaez huye de lo soez. Lo de hacer de vientre por la boca no es plato de gusto, así que uno entiende que el autor rehuse. Es Planilandia una novela interesante, o quizá no, que a mi me lleva a esos pensamientos de bichos en dos dimensiones que regurgitan por donde ingieren. Como novela tiene tres dimensiones, al menos la mía, que es una fotocopia o un PDF que imprimí, no recuerdo. Tiene las grapas mal puestas, como todas las que ha puesto la humanidad. Un día alguien descubrirá las ecuaciones que describen las fuerzas, resistencias y ángulos involucrados en la colocación de las grapas y le ratearán los honores que merece. Acaso un IGNobel envuelto en mucha chunga y cachondeo. Nadie reconoce la importancia de la grapa bien puesta cuando nosotros, las legiones de chupatintas que abarrotamos oficinas y escritorios, sufrimos con cada fracaso, con cada piececita de alambre retorcido sobresaliendo del mazo de papeles. Los hoi polloi del papeleo vivimos con infinita tristeza y nula esperanza porque el remate de cada expediente será una decepción. La grapa, ese metal que debería ser medalla al trabajo bien hecho, acaba siendo una porción de metralla en la carne de un recluta. Esquirlas de fuego amigo, para más inri. Bartleby, y me apuesto una culebra sin lados o una vaca con seis, dejó de escribir porque para qué, si al final la grapadora es una mierda. A Edwin Abbott Abbott, el Autor de Planilandia, lo de la escatología en su segunda acepción le cae lejos, siendo que la primera es propiamente lo suyo, eso por lo de cura. Las postrimerías son algo así como el big bang del final de los tiempos, uséase, el big crunch, y de todo ello habla la escatología por boca de los curas. Una vez leí de un tipo que proponía la cosa culta de usar escatología para una de las acepciones y esjatología para la otra, por alguna oscura razón etimológica y con el ánimo de huir la homonimia. No creo que la cosa fructifique que anda la RAE enfangada en cosas de enjundia, como las toballas, las cocretas, y las besameles. La RAE es mucho de feria y fritanga, si uno bien lo piensa. El Niño de la Vaca tampoco escribe de gatos, ni de gatopardos, que también son animales de género tres, al igual que Eva y su querido Adán. La culebra ya se dijo que también pero conviene repetir según qué cosas. Las bragas que Eva no llevaba, no, que esas son de género dos, como todas las bragas. La culebra no las lleva y parece una verga, cosa que lleva a pensar en que Adán lo mismo estaba poco armado y en la intuición esa del psicoanalista vienés sobre la envidia del pene. También Lacan, que dice muchas cosas inconexas como el Niño de la Vaca pero sin gracia, habla de topología pero no recuerdo si mienta la bicha. En todo caso lean a Abbott y olvídense de Lacan.

RASPOSO

Es que salgo de casa, que viene siendo cruzar Pedrafita, y me pongo reseco como arena de gato y lo que de ordinario son lubricantes mucosidades mutan en piedras de riñón de dolorosas aristas, me lloran los ojos y se me ponen las manos siniestramente rasposas. Con la yema del dedo con el que escribo podría rascar un papel y hacerle un agujero, como con la parte gris de una goma Pelikán, ese éxito indiscutible de la ingeniería de materiales al conseguir una mezcla estable de hormigón y caucho. Leopoldo Macenlle, en quinto de EGB, estaba borrando y se distrajo porque Luísa Remeseiro se levantó a la papelera a afilar el lápiz. A Ramiro le gustaba Luísa y ella, que había decidido alegrar aquel día triste de un invierno gris, le había dado demasiadas vueltas a la cintura de la falda, maniobra destinada a hacerla más corta de lo que los estatutos del centro, la moral católica y las buenas costumbres establecían como norma. Aquel día, Leopoldo, pasmado por el estímulo, frotó y frotó hasta que hizo un agujero en el cuaderno por el que se veía el pupitre. Un poco más y se lo carga, uséase, que si Luisa se llega a demorar un minutito más agujerea el pupitre hasta verse los zapatos. Dicen también, y quizá fue Martín Olmos pero quizá no, que un preso de la mafia escapó del penal de Siracusa NY rascando la pared con una de estas gomas que le había pasado de matute una buscona con la que tenía apalabrado un arreglo. Un túnel es cosa seria, más que la libreta de mates, y una pared no es un papel, máxime si hablamos de las de una cárcel para malandros de los duros. Tampoco es lo mismo, ya se sabe, un yo estaba allí y lo vi que un me dicen que pasó. Lo primero es tan cierto como convincente sea uno, lo segundo ya la cosa cambia y depende de más factores. Lo cierto y verdad, y no se ponga en duda, es que, ahora mismo, con la yema de cualquiera de los dedos, podría rayar la pintura de un coche o esmerilar un cristal. Y si te beso, morena, lo mismo te hago un peeling que te borro un lunar. Hay razas así. Los que adoptan niños negros lo aprenden a las bravas porque nadie se lo explica, y es que si no les da bien el sol se les ponen grisáceos y mustios, como húmedos y deslucidos. Y otros, los del noroeste andamos exactamente al revés, que en cuanto nos alejamos de esa franja estrecha que salpican las olas nos ponemos resecos y rasposos, a veces hasta malhumorados, como las gomas Pelikán.

GUÍA DEL VOTANTE AVISADO

1- Desengáñese; como en toda votación acabará Vd., aunque se resista, ejerciendo el cívico deber del voto como un acto de expresión de su subjetividad, uséase, sentimentalmente. Madrid-Barça; Cocacola-Pepsi; Apple-Microsoft; nature-nurture; izquierda-derecha.
2- Desengáñese, porque después de intentar denodadamente averiguar cuál es el programa más adecuado, el líder más preparado y la opción más realista, descubrirá que su trabajada y meditada aportación a la decisión colectiva, su voto, tiene un valor infinitesimal, próximo a cero. Posiblemente ni siquiera se vea reflejado en la composición de una institución decisoria.
3- Desengáñese, porque aunque intente ejercer la racionalidad del punto 2 acabará Vd. cayendo y aceptando una de esas ofertas que es imposible rechazar. Un 2×1. Un llévelo ahora y que paguen los nietos en cómodos plazos. Un gratis total. Un todo incluido.
4- Desengáñese, porque aunque evite todas esas trampas y consiga elegir racionalmente, los elegidos acabarán cayendo, tarde o temprano, en esas mismas celadas en la mayoría de las decisiones que habrán de tomar en su nombre. Caerán en la subjetividad, en la certeza de la inutilidad de su esfuerzo y en la tentación de una solución rápida, milagrosa, ingenuamente sencilla y supuestamente gratis.
5- Desengáñese, porque las acciones de gobierno y la ley no van a cambiar el mundo. Si la ley y los gobiernos pudieran cambiar el mundo el mundo ya estaría cambiado. Hace milenios que se prohibió por ley el asesinato, la violación, el robo y el engaño y aquí estamos. Hacemos lo que hacemos porque somos como somos y cambiar eso lleva generaciones. Es una tarea que excede en mucho las capacidades de gobiernos e instituciones.
6- Desengáñese, porque la mayoría de las decisiones están tomadas, son consecuencia inevitable de otras anteriores, vienen impuestas por instancias superiores a las nacionales o mediatizadas por circunstancias globales. La subida del petróleo, el colapso de China, una guerra con Corea del Norte o millones de inmigrantes sirios pueden convertir en miserables nuestras vidas y en la mayoría de ellas el gobierno no tendrá capacidad alguna de decisión y aún de reacción para minimizar las consecuencias.
7- Desengáñese, porque siendo el panorama realmente descorazonador no hay nada mejor. Cualquier otra opción distinta a la democrática es peor en varios órdenes de magnitud.
8- Respire hondo, busque, compare racionalmente, intente huir de las falsas esperanzas y si encuentra algo que valga la pena, vótelo, pero no espere milagros o mejoras perceptibles, porque no las va a haber o serán cosméticas.