UNI/VERSO

Desperté el otro día con una frase en la cabeza y la certeza, una de esas raras certezas que nos permiten atisbar lo que sería tener fe, de que se trataba del primer verso de un encendido poema. Como no me sale un verso ni por casualidad me impresionó mucho. Oh, dioses, qué prodigio, y ahí que lleva tres días dándome vueltas en la cabeza, oh, dioses por qué yo. Confieso que no sé cómo seguir ese supuesto poema ni qué hacer con el verso huérfano y machacón. Quizá, pienso ahora, sea ese todo el poema, como la miniatura de un haiku o un pareado muy cojo. Podría comer chicle por darle una solución a este ritornelo, que he leído que masticar interfiere con la música y va muy bien para sacarte de la cabeza esos jingles que se te pegan y tarareas hasta la extenuación. Tanto es así que lo tecleé en Google, entre comillas, por saber si era algo contagiado, algo en algún momento oído por ahí y que, como los famosos retrovirus, manifiesta ahora su infección. No me aparece resultado alguno, así que ha de ser dolencia autoinmune. Algo de música tiene la poesía, vid. Bob Dylan, y por lógica, esta lógica absurda que tan bien se presta para gestionar negocios absurdos, lo de rumiar goma debería funcionar. Pero para una vez en la vida que me sale un verso y tengo una certeza, dos rarezas que dándose juntas componen un prodigio, me duele deshacerme de él y echarlo al olvido. Es por esto que llevo todo este tiempo esperando una nueva frase, un nuevo verso que se acople al primero en fecunda unión, cosa que va camino de que no. Finalmente he decidido ponerle un título adecuado y echarlo al mundo, confiando en la clemencia de los genuinos poetas, antes de que se le pase el arroz y decaiga para siempre jamás.

UNI/VERSO
“El arrebol de tu coño rosicler.»

CELEDONIO SIGNIFICA GOLONDRINA

Celedonio significa golondrina y jamás habría yo aventurado tal cosa. La ignorancia es atrevida pero siempre se queda corta, por lo que vamos viendo. Queda por ello precioso el nombre de Celedonio Flores, poeta del tango arrabalero, aunque las golondrinas se dediquen a la dieta de moscas y no liben de aquellas: pájaro y flores. Son las golondrinas bichos carnívoros a su modo quebrado y veloz y pasan mazo de lo vegano. A Celedonio, el primero de los golondrinos, le dieron matarile en Calahorra cuando éste era un villorrio del Imperio Romano, no como ahora que es población mundialmente conocida. Te conminamos a que renuncies a tu fe, dijeron, y él que no y que no y estas cosas se arreglaban con decapitaciones, lo mismo que ahora en el califato. Se ve que los tiempos avanzaron una barbaridad en algunas regiones y religiones, La Rioja por ejemplo, y que en otras no se enteran. A Celedonio, golondrino, se lo cargaron en compañía de Emeterio, otro que tal. Emeterio significa media fiera, otra cosa insólita; sorpresas que te da la etimología. Aquí habría apostado yo por «el que regurgita» o algo así de vomitivo pero lo que dice la Wikipedia va a misa y que San Pedro se la bendiga. El trato con farmacéuticos en ocasiones es contraproducente y nos lleva a etimologías todas ellas pura patología, y no hace falta poner ejemplos que éste se basta. Eso sí, nos hemos salvado por los pelos de tener un santo patrón de intoxicados, bulímicos y anoréxicos. Dicen que Emeterio y Celedonio podrían haber sido hermanos y que sus cabezas, previamente separadas de sus cuerpos con ocasión de su mentada contumacia en la fe, aparecieron en Santander navegando en una barca de piedra. Esto es evidente plagio o intertextualidad u homenaje encubierto al mismísimo Apóstol Santiago, que llegó a Iria Flavia en idéntico medio de transporte. Igual era una barca de alquiler con conductor, me ha venido a la cabeza al leerlo, pero luego me ha dado como reparo por si fuera pecado de pensamiento. El que a los suyos se parece honra merece, decía mi abuela, y los hermanos calagurritanos, a lo que se ve, salieron parejos en lo terco y lo firme de sus creencias. Ambos dos a dúo son los patrones de Calahorra, esa ciudad que tiene obispo, casa de putas y frontón y que el viajero poco avisado podría confundir con Washington, como aquel espabilado que en su día confundió Albacete con Nueva York. También son patrones de Santander y allí reposan sus calaveras, uséase, sus ceniceros, que diría el Perroantonio. Celedonio Flores, boxeador y poeta, quizá de estos detalles no era consciente y ni puñetera falta le hizo para escribir las letras desgarradas de sus desenamoramientos. Dicen que a la fuerza ahorcan y que algunos versos salen del alma, lo cual no tiene necesariamente que ser cierto ni mucho que ver con esta historia, sólo tangencialmente. Un Celedonio, como se podría ver incluso sin lentes de aumento, puede hacer primavera, al menos en Buenos Aires, y llevar al tango a lo más alto. En Argentina, me han contado, estas cosas van al revés, lo que viene siendo exactamente al contrario. La primavera es cuando aquí el otoño y el invierno cuando el verano. También el agua del lavabo gira, al irse, en distinta dirección. Esto quizá tenga algo que ver con el baile, de emociones desgarradas y hasta brutales que es el tango, en oposición a la ingenua simplicidad del vals, esa danza de sentimientos homeopáticos. No lo descartemos. El caso es que yo tampoco tenía ni idea de la triste historia de Celedonio y su hermano Emeterio, que la hagiografía siempre fue en esta casa un género olvidado y por algunos, entre los que me incluyo, incluso despreciado. Errores así tienen causa y origen en esa soberbia propia de la juventud, ni más ni menos, y debiendo ser enmendados en ello estamos. Vale. 

MAYORMENTE SOLEADO

A Coruña, 8 de Diciembre, 19º Celsius, mayormente soleado, probabilidad de lluvia 0%, humedad relativa 54%, viento suave de componente sur. 

Siempre tuve mucha confianza en el denostado calentamiento global. Si nos suben cinco grados y reducen la lluvia a la mitad, pensaba yo, esto se nos va a poner como Brasil. Garotas en bikini todo el año, la naturaleza, ya de por sí feraz, le dará mil vueltas al Mato Grosso y tomaremos pisco sour de aguardiente do Ribeiro al borde de la piscina, entreteniendo la espera de que se cuezan las nécoras. La farlopa, que ya hay a pasto, podremos guardarla en el cajón y no en tupperwares, como ahora, para que no coja humedad. El ribeiro y albariño, eso sí, pueden dispararse a los 17º grados, como los olorosos. Uséase que nunca vamos a conseguir que deje de llover a gusto de todos. Esto en los tiempos pasados ya pasó, creo yo, que dicen que los romanos se llevaban aceite de oliva de Galicia como los moros de Jaén, manda mucho carallo, siendo que ahora ni aceitunas dan los olivos que quedan por aquí. Queda, eso sí, un pueblo en O Courel, pura montaña, en el que siguen haciendo aceite desde ni sé cuándo. Desde los romanos, supongo. Éstos, tan prácticos y pragmáticos ellos, no llevaban registros de precipitaciones y temperaturas, se ve que no les prestaba o no le veían utilidad al asunto, así que no sabemos de ciencia cierta si sí o si no. Obama sí, apunta todas las subidas y bajadas y hace gráficas como de bolsa y eso sirve para que apostemos a que va a subir o bajar, si se va reducir o aumentar el hielo polar y discutamos qué coño vamos a hacer con los osos. Osos no, aún no han llegado, pero este aumento de lo selvático, del Mato Grosso al noroeste, hace que vengan todos los puñeteros días los jabalíes a hozar en el jardín. Mismamente me lo están dejando como si, con una yunta de bueyes, le hubiera pasado yo un arado romano. Es el precio a pagar por el calor que, ya se sabe, altera los ánimos. Los cerdos se te ponen bravos, las mozas se vuelven garotas y pones el Belén en manga corta tomando un licor café con hielo. Llámales tontos, a los romanos. 

CELEDONIO ES NOMBRE DE TANGO

Hay cosas de las que hay que hablar. De Celedonio Flores y sus letras de tango es necesario, imprescindible, incluso. Al igual de por qué sale Cunqueiro haciendo cameos en todas las películas de Hichcock. Son éstos asuntos de importancia a los que nadie mete mano. Las razones son varias y asumo que confusas. Cunqueiro, mentiroso de raza, nunca mencionó sus apariciones porque la mejor manera de mentir en lo evidente es callar. Eso lo sabemos todos. En cambio desconozco por qué los padres y las madres no bautizan a sus hijos Celedonio, por qué los padrinos no insisten en cristianar con ese nombre, por qué autoridades y fuerzas vivas ponen estatuas al despiadado Ernesto «Che» Guevara y desplantan a Celedonio «El Negro» Flores. Celedonio nació en Buenos Aires, algo que tampoco añade nada pero ayuda a entender, en 1896 en Villa Crespo, rodeado de criollos, emigrantes y rufianes y todo lo que éstos con ellos traen y llevan. Llamándose Celedonio Flores uno está necesariamente llamado a algo grande. Es ese nombre de boxeador a los puntos, poeta bohemio o playboy internacional. Un poco como Neftalí Reyes o Porfirio Rubirosa. Hay nombres que animan al triunfo porque o bien son pedestal sobre el que destacar o enorme losa bajo la cual languidecer como dependiente de ultramarinos o empleado de funeraria. Celedonio, Cele, como le llamaba Gardel, nació sensible y variopinto así que además de boxeador de juventud y precoz poeta en lunfardo se animó mucho al noble arte de frecuentar mujeres. Entretenido golpeándole a otros púgiles de alma menos sensible esperó hasta los 24 añitos para enviar un poema, que tituló «Por la pinta», a un periódico bonaerense que premiaba con cinco pesos cinco al mejor de cada semana remitido por los lectores. Poeta es, ya lo dijo della Fontana, el que tiene un premio y ahí ya no ahondaremos más por ser asunto adecuadamente tratado. El poema lo leyó Gardel, ese cantante francés o uruguayo, que anda el río biográfico medio revuelto, y entusiasmado lo hizo tango inmortal con el título de Margot. El resto, amistad imperecedera con el ídolo Gardel, intensa vida bohemia y cultural y al tiempo saneada en lo económico, varias docenas de letras que definieron para siempre el tango, establecer el lunfardo como parte de una identidad y una tristeza levemente moralizante, son asuntos que habría que tratar con detalle, pero es mejor escuchar sus letras mil veces cantadas. Triunfa un poeta cuando sus versos son buenos y se leen, cuando se leen mucho; y pasa a clásico cuando se le censura y prohibe, como a él le ocurrió, y el pueblo sigue cantando sus estrofas.

Se te embroca desde lejos, pelandruna abacanada,
que has nacido en la miseria de un convento de arrabal…
Porque hay algo que te vende, yo no sé si es la mirada,
la manera de sentarte, de mirar, de estar parada
o ese cuerpo acostumbrado a las pilchas de percal.
Ese cuerpo que hoy te marca los compases tentadores
del canyengue de algún tango en los brazos de algún gil,
mientras triunfa tu silueta y tu traje de colores,
entre risas y piropos de muchachos seguidores

entre el humo de los puros y el champán de Armenonville.

Si me quieren, también quiero
si no me quieren, también,
soy querendón y sincero
porque soy hombre de fe.
Amigo que sale malo
yo lo olvido y termino,
pero no puedo olvidarla

a la que a mí me olvidó.

Mientras tanto, que tus triunfos, pobres triunfos pasajeros,
sean una larga fila de riquezas y placer;
que el bacán que te acamala tenga pesos duraderos,
que te abrás de las paradas con cafishos milongueros
y que digan los muchachos: Es una buena mujer.
Y mañana, cuando seas descolado mueble viejo
y no tengas esperanzas en tu pobre corazón,
si precisás una ayuda, si te hace falta un consejo,
acordate de este amigo que ha de jugarse el pellejo

pa’ayudarte en lo que pueda cuando llegue la ocasión.

Levantó la prohibición de sus letras, del uso del lunfardo, el General Perón, mira tú lo que son las cosas, pero él ya había muerto con una penita en el alma. Todas estas cosas le ocurrieron y vivió Celedonio Flores, ese púgil gordito, sensible, sentencioso, coloquial y literario, amante entregado y despechado. Yo daría un huevo y cincuenta mil pesetas por escribir según que cosas; cualquiera de las letras de Celedonio, un suponer.

EL MÉTODO

El prado regadío Samosteiro, de unos dos ferrados y seis cuartillos de otro, en el lugar del mismo nombre, linda al norte con camino, al sur con corredoira que lo separa de otro de herederos de Soledad Sánchez, al este con más de ésta misma propiedad y al oeste con Inglaterra, la mar en medio. Era de Jesús Sánchez, el hijo pequeño de Manuel Sánchez, o Barbeiro de Froxán, al cual le correspondió en las particiones que les hizo en la casa paterna, éste de cuerpo presente, Don Anselmo Gómez Mallo, perito agrimensor. Suso Sánchez, o Pequeno do Barbeiro, lo puso en garantía de una mano en la timba de Casa Freire una noche de agosto del 26. Eran tiempos locos, los años 20, incluso aquí en el fin del mundo. Llegado el día e impagada la deuda Xurxo do Carrizo, tratante de ganado y prestamista por lo menudo, se hizo con la propiedad para enfado y disgusto de la viuda y los hermanos. El prado no valía bien el monto de lo adeudado pero es vergüenza en todas partes que se lleven lo que fue de la familia desde quién sabe cuando, desde el tiempo de los moros o quizá más. También es demérito tener un hijo perdido, dado a la bebida y al juego, vicios que si son ocasionales son defectos de carácter o voluntad pero manifestados en exceso son pecados que de ordinario se acompañan de lujuria y fornicación. El disgusto que sienten madres y padres por el hijo jugador se alivia mucho si gana y viene a casa hecho un pincel, con sus zapatos nuevos y terno de sastre, pero eso, ya sabemos, en raras ocasiones sucede y es estado tan tornadizo como voluble es la suerte. Suso do Barbeiro tenía un método científico comprado a un marinero que iba mucho a América y hacía puerto en La Habana, La Florida, Nueva Orleans y alguna vez incluso en Nueva York. Este método, sencillo, eficaz y rápido era, punto por punto y sin omisiones, el que usaban los tahúres en los casinos de América, tierra de grandes invenciones. Por qué en la taberna de Freire no funcionó se debió más, pensó Suso, a una falta de estilo y clase de los participantes de la timba que a demerito del método, pensado para lugares elegantes con gentes educadas y no para chigres llenos de gente zafia. Un poco por vergüenza, un poco pensando volver hecho un pincel, zapato brillante, terno de sastre y leontina de oro, Suso empeñó otra finca y marchó a la Argentina con una maleta de cartón y las cuartillas en las que fiaba su fortuna. Murió dos años después, una noche de agosto, de unas puñaladas que le dieron en Villa Soldati por robarle el reloj y la pitillera de oro y cinco mil pesos que acababa de ganar en una partida de malevos feroces. Estaba corrido que el gallego Barbeiro hacía trampas, porque siempre se las arreglaba para salir ganando.

THE CEREMONY

Tammy Wynette tuvo tres hijos antes de los 20 de un marido que era un bandarra incapaz de conservar un trabajo, así que acudió a estudiar a la Academia de Belleza en Tupelo, Mississippi y se hizo, claro, peluquera. Finalmente se largó de casa embarazada del tercero y el bandarra, mientras ella metía a los niños y las maletas en el coche, le dijo con sorna Dream on, baby. Triunfó en la música con cinco números uno en las listas country, especialmente el Stand by your man, que le valió muchas críticas de las feministas, que la veían como el reconocimiento de un sometimiento. Tuvo 26 operaciones de cirugía mayor, se casó cinco veces, una de las cuales le duró 44 días la mitad de los cuales estuvo hospitalizada, y tuvo cuatro hijos. La tercera nació prematura, pesó 60 gramos al nacer y vino con una grave afección espinal que la mantuvo meses en el hospital. Años después de la separación su primer marido acudió a uno de sus conciertos y, después de hacer cola, le pidió que le autografiara un disco. Dream on, baby, le escribió en la portada. Tammy renovó todos los años hasta su muerte la licencia de peluquera, sólo por si las cosas se ponían mal.
George Jones también triunfó en la música country y fue toda su vida un alcohólico enganchado a las anfetas. Si le gustaba una canción era capaz de alquilar un avión privado y plantarse a saludar al colega al otro lado del país o apoyar a muerte a un cantante joven. También lo era de pelearse con cualquiera en cualquier momento o de tirar por el water 1500 dólares en una fiesta, literalmente. Era tan feo que le llamaban The Possum, La Zarigüeya, o simplemente No Show Jones, porque a los conciertos se presentaba o no, según se estuviera dando la fiesta. Se casó cuatro veces, la tercera con Tammy. Cuando le entraba la sed no había quién lo parara y, como le escondían las llaves de los coches, más de una vez se escapó por la ventana y condujo diez kilómetros de noche en el cortacésped hasta el bar más próximo, donde Tammy lo recogía. Escribió la canción más triste del country, He stopped loving her today y juntos grabaron varias canciones a duo, una de ellas la más cursi de la historia de la música de acuerdo con cualquier standard de lo cursi o lo kitsch: The Ceremony.
Quizá las cosas se deban hacer así, de frente y un poco a lo burro, convencido de que esta vez, cualquier vez, es la buena y que vale la pena tirarse de cabeza aunque uno no tenga certeza de que hay agua en la piscina. Y, la verdad, lo que piensen los demás, a quién le importa. Las letras del country, si tienen algo, es eso. Es conveniente mezclarlas con las películas de chinos y su mensaje humanista y subversivo: deja de llorar y cúrratelo. Eso resulta de la secuencia standard de injusticia, huida del protagonista, encuentro con un maestro sabio que repite aforismos, control de las emociones desbordadas, repetitivo entrenamiento con sufrimiento y, finalmente, venganza. Con estas dos cosas tenemos instrucciones suficientes para una vida intensa y que valga la pena. Podemos complementarla con unos paseos en moto y la lectura de Cioran, por higiene mental lo primero y preparación al bien morir lo segundo.
La hija de Tammy y George también es cantante de country y enfermera y, como su madre, renueva anualmente su licencia, sólo por si acaso.

EL TIPO QUE LEE EL HOLA!

Estoy bastante seguro de que el más allá es una sala de espera iluminada por fluorescentes, con sillas tapizadas de skay azul marino y una mesa de metacrilato con revistas viejas del corazón. Allí suena siempre música de ascensor y la temperatura está en la banda baja de lo confortable; sin llegar a pasar frío lo sientes cerca y alrededor. Todo es funcional sin llegar a desagradable y cómodo sin llegar a placentero. La gente es silenciosa y educada y no muestra signos de nerviosismo; todos parecen saber a qué están. Quizá es que los protestones, los gritones, los que inician conversaciones no deseadas y los que se cuelan en las colas los envían a otra sala, quién sabe. El tiempo parece no pasar y posiblemente sea así, posiblemente las cosas allí no están ocurriendo sino que ya han ocurrido. Estoy tan razonablemente seguro de esa anodina placidez que acepto apuestas a que realmente es así. Cuando lleguéis buscadme y me pagáis. Soy el tipo con gafas y barba que lee el HOLA! de la boda de Grace Kelly y sonríe.

CARTA A BOB

Ayer me llamó Senén y pensé que, como siempre, sería algo con su exmujer, que se le fue con un feriante portugués, o con la cuota de la leche y la Consellería. Esta vez no iban por ahí los tiros, era sólo para contarme una historia y pedir consejo. Muertos sus padres ya hace tiempo y hace sólo tres meses su tía Carmen, único pariente que le quedaba, no tiene a quien contarle sus cosas y pensó en mi.

El viernes en la tele vio la cara de Bob Dylan y la reconoció. Recordó haberla visto en casa de Carmen, en esos marcos de plata en los que se ponen las fotos de boda y comunión. Así que el lunes a la noche cogió su Seat León y se bajó al pueblo con la llave grande del caserón de la abuela, el que le quedó a Carmen en herencia y donde pasó sus últimos años. Como muchos de la zona estuvo emigrada en EEUU de los ’60 a los ’90, y cuando volvió jubilada hizo la vida de las señoras de pueblo, ir a misa, a la peluquería y cuidar un huerto. Nunca se casó y no tuvo hijos. Lo que sabía era que sirvió en la casa de una familia y fue feliz.

Senén se encontró la casa de su tía con los cajones llenos de fotos, cartas y recuerdos, con el desván lleno de cajas y cajas con ropas, libros y discos. Montones de abrigos y pantalones de campana, botas camperas de piel de serpiente, bufandas tejidas a mano, sombreros de cowboy con adornos de serpiente y conchas de plata. Muchas fotos de Bob Dylan con sus hijos, con su mujer y con ella. Sonrisas y abrazos en fiestas de cumpleaños, picnics y Navidades. Dedicadas la mayoría. Postales de viaje ordenadas en atados enviadas desde sitios lejanos, largas cartas en inglés y felicitaciones de Navidad.

Miró en Google y reconoció en las fotos a Jesse, Anna, Samuel y Jakob y en ellos los pantalones, cazadoras y gorros que Carmen enviaba en cajas a su hermana o traía en sus vacaciones y que acabó vistiendo él para ir al colegio. Ropa usada de los chicos de la casa en la que trabajaba que, prácticamente nueva, traía para su único sobrino. Senén me contó cómo aquello le hacía sentir el tipo más ridículo del instituto. Era ropa usada y, desde luego, con aquellas pintas no iba a la moda. Aquellas prendas lo distinguían como un hortera. Siempre odió un poco a su madre y a su tía por aquello.

Mirando un álbum que tenía en su dormitorio de anciana y leyendo ocho o diez cartas de lo mas cariñosas con ayuda del Google Translate se hizo una idea. Carmen entró a trabajar en aquella casa en la convalecencia de un accidente de moto, luego vino un matrimonio, y otro y los hijos, uno de ellos adoptado, a los que prácticamente crió ella. Luego se convirtió al cristianismo y allí estaban, para probarlo, fotos de Carmen y Bob con el hijo mayor en Compostela, en el Corpiño y el San Andrés de Teixido. Lo último era una felicitación de Navidad de 2015.

Senén está inseguro y duda sobre qué debe hacer. Cuando murió Carmen se tuvo por único pariente vivo y no avisó a nadie de su muerte. En el pueblo quienes han de enterarse se enteran de inmediato de una cosa así. Quiere mi consejo sobre si resulta procedente localizar a Bob y escribirle una carta dándole la noticia, cosa que creo que debe hacer. Por otra parte tampoco quiere que se enteren los periodistas y le acosen y manoseen la historia de Carmen, que quiso a Bob como un hijo, así que, como entenderán, me he permitido cambiar los nombres.

CREACIONISTAS CAMUFLADOS

Darwin era inglés, que son gente excéntrica, y viajar por el mundo no le sentó nada bien. De hecho le cantaba el pozo a muerto con intensidad y persistencia sobrehumana y su problema de gases, igualmente pestilentes, le llevaba a comer sólo en un reservado en la Royal Society. Posiblemente eso da explicación de su timidez y la renuencia a presentar en público su teoría de la evolución. El caso es que apretado por la urgencia de que otro tipo, tan listo o más que él y a quien los viajes no sentaron tan mal, le arrebatara la primicia se decidió a hacerla pública. A Wallace la naturaleza le respetó el tupé y le dio un desparpajo y una seguridad en sí mismo que le permitió resumir con acierto en sólo unos folios las chopotocientas páginas del Origen de las Especies. Cómo los amigos de Charles azuzaron a éste y pararon a Wallace es otra historia.

Desde entonces el mundo se divide entre los que hacen darwing y los que no. Los primeros, como borregos, aceptamos la evidencia, los segundos, creyéndose libres, se apuntan a enfangar. Estos son muchos, están por todas partes y siempre se subestima su número. Son como los estúpidos de Cipolla, tendentes a infinito, molestos y generalmente perjudiciales para sí mismos y los demás. Son tantos que piensa uno en ocasiones que aceptar la evolución es de tipos que no se adaptan a su ecosistema, que le va a condenar a la extinción. No obstante veo muy conveniente un test de falsos seguidores y el consecuente censo, más que nada por ir haciéndonos una idea del paisanaje que puebla nuestro paisaje.

Podría parecer que aquí son pocos o ninguno, que abundan sólo en las llanuras interiores de Norteamérica, donde pastan en greyes que vagan haciendo de la semana de la creación publicidad y proselitismo, como el Corte Inglés con la de Oriente. Nada más lejos de la verdad. Occidente todo rebosa de gente así, creacionistas camuflados de bienintencionados. Gente que acepta la evolución y con ella la genética sólo para ciertas cosas, el pelo rubio o la piel morena por poner un ejemplo, negando su influencia en todo lo demás. Sustituyen la semana de la creación por la nurture infantil. Profesan la creencia de que hombre, en lo esencial, no lo crea Dios ni la evolución sino sus padres y maestros en ese lapso comprendido entre el parto y las pruebas de la selectividad, año arriba, año abajo. La puñetera verdad es que cualquier rasgo humano, físico o psicológico, tiene su origen en los genes y por tanto es heredable. Ser malvado, inteligente, aburrido, sucio, optimista o triste es tan producto de tus genes como el pelo castaño, las manos grandes o la alopecia juvenil. Con ello llegamos al detalle, no menor, de que el hijo puta nace, no se hace. Si acaso, con algo de suerte y mucho esfuerzo, se manifiesta con menor virulencia. Y así todo.

Contra esa evidencia abrumadora no pueden ya alzarse más voces, lo cual que es una pena porque, mira, tienen su coña. Los unos, que están por la figura de barro, el soplo y la costilla viven su vida practicando el darwinismo; que gane el más fuerte o adaptado. Los otros, que niegan al soplador y apuestan por la biología para explicar al bicho que somos, niegan sus efectos por activa y por pasiva y tor mundo é güeno y el mal son las circunstancias. Así, los argumentos de unos y otros, todo son hermosas contradicciones en los límites del humor.

En definitiva, Darwin, que era inseguro y envidioso, tiene pocos prosélitos entregados de corazón. La mayoría de los humanos son como él, inseguros y envidiosos, pero no tan preclaros, y quieren ver la identidad en donde nunca estuvo; ni en Dios ni en lo que hagan los padres. Y es que, bien pensado, quién querría seguir a un vejestorio calvo con ocena cuya prédica desmitifica inmisericordemente a su target?

LOS CHINOS NO SE PIERDEN

Es perfectamente posible encontrarte a un japonés perdido. Sabes que es un japonés porque los chinos no se pierden, los chinos siempre caminan como para un mandado urgente. Los japoneses perdidos exageran su natural mirada de pasmo, ponen la boquita en o y buscan en un cruce, plano en mano, el nombre de una calle. Hay que tener un corazón de piedra para no sentir una congoja absurda al verlos sufrir así, tan lejos de casa. Mucha gente adoptaría japoneses perdidos en lugar de gatos si los funcionarios de inmigración no fueran tan cansinos. Son callados, limpios y despiertan ese no sé qué que los llevarías al veterinario y les pondrías un plato de leche o de sushi. Los orientales en general y los japoneses en particular son muy de pasmar y tienen muchas formas de decir no y casi ninguna de decir sí. Son gente infrecuente, pese a su elevado número, porque saben que un sí les compromete y un no, debidamente modulado, es un quizás que queda ahí al albur de sus caprichos. Los occidentales, cuando se trata de evitar el conflicto, decimos sí y luego ya se verá. Los hijos del sol naciente y sus primos los chinos dicen un no entre modoso y coqueto, uno de esos noes que en secundaria son la promesa de un beso que luego nunca llega. Tú ahí te quedas, pensando en que ese no es casi con seguridad un sí, pero siempre te queda la duda, resquicio por el que el chino te la cuela. Yo, desde mi ignorancia, imagino al chino como un idioma en condicional, algo así como un esperanto inventado por un gallego. Esto tanto podría ser verdad como una tontería sin fundamento, quién lo sabe. Si de los poetas chinos que traducía Cunqueiro cabe fiarse, que ya sabemos que no porque eran inventados, son el pekinés y el cantonés hombres suaves en los afectos, de un lirismo breve y abstracto y pasiones rectas, serias y posiblemente funcionariales. Eso seguro que tiene una explicación hermosa y concisa, apenas dos ideogramas, dos garabatillos en el centro de una hoja enorme con un cordelito para colgar. Yo una vez vi escribir a un chino. Me pidió una hoja y un boli y se puso afanoso a lo que me pareció una prueba concienzuda de que funcionaba correctamente, previa al acto en sí de la escritura. En realidad no era una prueba y había anotado en la superficie de un post-it lo que él entendió de una reunión de una hora. El chino, luego se supo, o bien no pilló nada o, también puede ser, le dio la vuelta al papel al leerlo y entendió los garabatos todos al revés. Queda la duda, el resquicio, de que en realidad fuera un auténtico hijoputa. Los poetas chinos son muy de campo y montaña, de ramas de árboles, pájaros trinando y lunas en plácidos estanques en los que peces de colores con ojos saltones hacen las ondas necesarias para que ésta pueda rielar con la parsimonia que viene al caso. Los poetas chinos, si acaso se perdieran en un bosque de bambú, es un suponer, se los encontraría uno circulando con el trotecillo vivaz y afanoso que uno imagina en la mula de Sancho, cuando un asunto urgente. Les sale siempre un no sé qué laborable y comercial que, en mi descarriada opinión, invita a leer los versos como comandas de un restaurante que, quien sabe, llegarán o no llegarán. En definitiva, que si se encuentra usted a un oriental perdido y parece perdido casi con certeza es japonés; si por contra ese oriental actúa como si el perdido fuera usted, apueste a que es chino.