Lorena es bajita y delgada, quizá incluso podríamos decir que magra o enjuta. Es de piel clara, cara afilada, pelo largo, lacio y negro y pecho breve pero bravo. Lleva gafas grandes de pasta con poca graduación, muy hipster y tal, y los labios pintados de un rojo denso e intenso. En el bar de enfrente se comentó que en la boca le caben el gordo y las dos aproximaciones, cosa que siendo una exageración de mal gusto ya se advierte que pretende ser un piropo. La barra de un bar no es sitio donde buscar requiebros sutiles y la admiración, e incluso el respeto, se suelen expresar con fórmulas cuarteleras. Quedémonos por ahora, como dato a destacar, con la sensual belleza clásica de su boca; labios de contorno y grosor perfecto y sonrisa luminosa aunque de esporádica aparición. Como se mueve nerviosa y ágil, incansable pero con aire tímido, las abuelas concordaban: «parece un ratoncito». Hoy con su inmaculada bata blanca sigue pareciendo un ratoncito, pero de laboratorio.
Iba a llamarse Loreto, nombre del que podemos decir que es muy pijo, como Borja o Manrique, pero acabó Lorena, que es como llamarte Rioja o Palencia. Un mal parto dejó a su madre a un ay del más allá y su padre hubo de cumplir el trámite del registro con un dolor profundo y malos presentimientos. Allí llegó algo lloroso y con un blanco en la memoria, recordando sólo que el nombre que su santa había elegido, para si era niña, empezaba por LO. La funcionaria, compasiva y solícita, sacó la lista y repasándola juntos llegaron a Lorena, que por riguroso orden alfabético va antes que Loreto, y él se echó a llorar creyendo recordar perfectamente cómo ella, pasando la mano sobre la tripa, le canturreaba así a la cría. Esta historia la cuenta ahora su madre, avergonzando a padre e hija, pero levantando en el auditorio carcajadas en cada ocasión. Lo hace con un gracejo especial que ha ido adquiriendo a base de años de repetirla una y otra vez, poniendo y quitando detalles según las reacciones del respetable. La naturalidad, eso ya lo sabemos, se consigue perfeccionando incansablemente el artificio.
Lorena, en su consulta, ha visto más pollas que una puta vieja y ambas saben todo lo que de ellas se puede, cada una a su manera, que la sabiduría y la excelencia se alcanzan por muy variadas vías. Esto es así porque con treinta y seis, casi treinta y siete, lleva diez de uróloga en un centro de salud. Por sus manos han pasado y van pasando, siempre flácidas, humildes, derrotadas, las pollas de hombres de todas las edades. A las putas, según ellas avanzan en la edad, también les van llegando pollas cada vez más parecidas a las de Lorena, aburridas, abatidas y tristes.
La doctora, Lorena, es una profesional como la copa de un pino y todos esos penes, diríase viéndola, ni le conmueven, ni despiertan ideas lujuriosas, pensamientos impuros o febriles ensoñaciones. Hay que decir que esos miembros llegan, generalmente, no sólo en mal estado aparente, sino con achaques en muchos casos prematuros e irreparables. Los hombres le prestan menos atención y cuidado a su polla que al coche, aunque también es cierto que mucho bla, bla, bla, pero le dan menos uso a ésta que a aquél. Esa que sin rozamiento quién se imagina que hay desgaste. Está constatado que la próstata es un órgano en el que la evolución ha puesto poco interés, dicen unos, demasiado, dicen otros. Uséase que hay quienes sostienen que si falla es por mal hecha, cosa de un demiurgo torpe, y quienes afirman que es un supuesto de obsolescencia programada, apostando por uno malvado.
La doctora, que es de espíritu práctico y agente, en esas elucubraciones no se entretiene, y mira resultados de análisis en formularios y ordena nuevas pruebas y más análisis cubriendo otros. Anota detalles relevantes con letra menuda en historiales clínicos y mueve la cabeza asintiendo despacio para levantarla de pronto y hacer preguntas suaves que buscan confirmaciones. Los dueños de las pollas se sienten un poco así, como simples dueños de pollas, cohibidos y desatendidos, cosa que empeora cuando, tumbados, la doctora les mete un dedo en el culo. Lorena, profesional y competente, consciente de la importancia de la prueba, se demora en el tacto rectal, para el que usa exclusivamente guantes de color azul. Los de látex blanco, los clásicos, una vez puestos transparentan las manos y se vislumbran las uñas, perfectamente recortadas y pintadas de un rojo a juego con los labios. El azul, por el contrario, convierte el dedo en un instrumento flexible, sensitivo y hábil, pero deshumanizado. Eso, así lo cree ella, rebaja la ansiedad del examinando. La doctora, cuando mete el dedo y lo mueve levemente buscando las reacciones del paciente, levanta el rostro a lo alto, avanza la barbilla, frunce un poco sus labios sensuales y entorna los ojos. Diríase el director de una orquesta de cámara dando inicio a un pianísimo, dirigiendo los primeros compases a la espera del contratenor.
A Lorena le gusta su trabajo y le gustan las pollas, cosa que uno puede suponer porque es un gusto normal en las mujeres y porque, en definitiva, ha hecho profesión de ellas. Pero suponiendo normal uno no se acerca a la realidad de cuánto le gustan, que es mucho más de lo normal, ni de la frecuencia y cantidad. La realidad es que Lorena tiene un oscuro perfil en ciertas redes sociales, en las que se hace llamar Loreto, y una vida secreta, paralela y de inusitada intensidad. También su padre, que lleva viéndose con una funcionaria del registro desde hace treinta y seis años, casi treinta y siete, tiene una vida paralela y secreta, pero en su caso sensible y tierna. En ocasiones, cuando escuchan contar por enésima vez la anécdota del registro, padre e hija se miran y se intuyen esos recovecos del alma que todos tenemos y ellos, además, ejercen. Él, si de otra que no fuera su hija se tratara y caso de hallarse en ambiente propicio, pongamos el bar de enfrente, afirmaría rotundo que tiene cara de bien follada. Y qué más puedes pedir, siendo padre, sino que tus hijos sean felices. Ella, por su parte, que no ve a su madre con esa belleza y luminosidad en la piel de la mujer que se siente deseada, sabe que las recetas de Viagra que le hace a su padre en algún sitio se emplean.
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