UN BUEN PLAN

Un buen plan ha de incluir siempre una previsión de contingencias catastróficas. Los planes, bien pensado, no son más una adecuada previsión de desgracias imprevisibles, un boceto de las mil caras del fracaso. De ahí que los buenos planes sean, siempre, los que surgen de la enfebrecida imaginación de los pesimistas, esa gente que olfatea la desgracia que acecha tras cada esquina. Ese alabado hombre precavido que vale por dos no es más que un pesimista con una sonrisa. Y hablamos de pesimistas por ponerles un nombre porque estos, en puridad, no existen. En realidad, pesimista es el baldón que los optimistas han impuesto para designar a la gente normal y corriente. Esa gente que ahorra, usa condón y sale por la noche con una rebequita. Los optimistas, por el contrario, planean mal porque ansían el triunfo. No hay nada peor que un optimista porque esa gente suele, además de hacerse una representación inadecuada de la realidad, tener ciertas características deletéreas.

Así, esos tipos suelen ser expansivos y comunicativos, algo que en muchas ocasiones transmite al observador poco avisado la falsa sensación de que tienen capacidad de control. Hablar mucho de las cosas, a los humanos, que estamos quizá demasiado encefalizados, nos produce sensación de dominarlas. Les ponemos nombres, a las cosas, y creemos que las cambiamos con adjetivos y complementos y damos por hecho que se van a mover en la dirección y a la velocidad del verbo. Nada más lejos de la realidad. Hablar es como el agua, imprescindible para la vida, pero si hay mucha en el ambiente condensa en una niebla que impide la visión.

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EL AGENTE NARANJA

Moncho se acoda en la barra mientras el camión de las bombonas queda en doble fila con los intermitentes haciendo guiños a las mozas que pasan. Impide que pase el bus pero él relajado, que tiene un cuñado que es guardia o algo así. El Agente Naranja le dicen, y así de peligroso quiere ser. Sabe de futbol, de baloncesto, de lo que sea y lo que le eches. Incluso de política y asuntos del corazón. Cuando habla de su mujer siempre dice “mi actual pareja”, como los periodistas del rosa, poniendo una mueca que pretende dar a entender que, como el capitán inglés, tiene un amor en cada puerta. Lleva desde los dieciocho casado con una compañera del colegio y no se le sabe desliz, pero le encanta darse esos aires de macho, y a su santa que lo haga. Lo cierto es que se le reduce inexorablemente la clientela con lo del gas ciudad y para la bombona sólo van quedando viejas con gato en pisos altos sin ascensor. Viejas que, a su vez, se le van muriendo porque es ley de vida. La crisis, eso sí, disparó la venta de catalíticas, lo que le ha dado un respiro al negocio; pero esas parejas jóvenes con niño que mueven la estufa de la sala al dormitorio suelen estar tristes. Ya sabéis lo que cuentan de la pobreza, el amor y las ventanas, interroga retóricamente a la parroquia. La tristeza, aclara Moncho para despistados y emigrantes mientras pide otro solisombra, quita mucho las ganas de follar y no te digo las de dar propina. Esto último lo dice mientras mira fijo y sonríe pícaro a la camarera y lo remacha dando una palmada con el euro sesenta en la barra, haciendo que suene fuerte y dejando allí plantada su mano grande y tosca de butanero, creando un momento molesto que él cree cargado  de tensión sexual. ¿Hay debajo la cantidad exacta o le deja propina a la  camarera, esa enésima muchacha anónima con contrato temporal? Suena el claxon del 17 y Moncho sale rápido pero no apresurado, despidiéndose con un gesto y dos euros en la barra.

TEORÍA INTER-UNIVERSAL DE TEICHMÜLLER

En agosto del 2012 Shinichi Mochizuki colgó en internet unas 500 páginas en cinco pdfs sin decírselo a nadie. Este pasado día 11 de diciembre acabó en Oxford una reunión de matemáticos al más alto nivel para ver si entre todos entienden algo de lo que publicó hace tres años y medio ese japonés educado en los USA.

Los científicos locos, solitarios y excéntricos se han acabado en todas las materias, excepto, quizá, en las matemáticas. Todos trabajan en grupos enormes y para buscar un bosón se junta más gente que en algunas huelgas generales. En cambio en las matemáticas, que son mucho de no distraerse, sigue habiéndolos. Perelman parecía haber sido el último de ellos, hasta que apareció Shinichi con esos 500 folios de lo que, a simple vista, a sus compadres de la matemática al más alto nivel les pareció jitanjáfora. Como Shinichi era un tipo respetable y respetado por anteriores aportaciones todos quedaron poco menos que boquiabiertos. En esos papeles habla de frobenioides, anabelioides y formula la “Teoría Inter-Universal de Teichmüller”. Qué pueden ser esas cosas no me lo pregunten a mí, que saco la lengua para sumar llevando, pero supuestamente resuelven la Conjetura ABC, una especial relación entre los factores primos de los sumandos y la suma. Si eso se resuelve es la caña. ¿Por qué? Pues porque permitiría resolver muchos otros problemas que vienen detrás.

Shinichi no avisó a nadie de que había resuelto esa conjetura ni que colgaba los pdfs; al parecer sus colegas se enteraron por el Google Alerts unos días después. Tampoco quiso contestar preguntas sobre el asunto; invitado a dar una conferencia sobre el asunto contestó que no, que una tarde no llegaba. Pues vente una semana, Shinichi, le dijeron, por pasta no va a ser, y que una semana tampoco llegaba. Algunos lo visitaron, por ver si les explicaba el asunto y verificar, estas cosas se notan mejor en el cara a cara, si había enloquecido de trabajar solo durante diez años. Los que allí han ido dicen que rige estupendamente y es encantador y educado. De éstos algunos afirman que han llegado a entender la “Teoría Inter-Universal de Teichmüller” pero, como Shinichi, luego no son muy capaces de explicarla; empiezan a hablar raro como él y se retraen un poco. Un matemático ha llegado a decir que a esos tipos les pasa lo del gag de la Monty Phyton sobre el chiste más gracioso del mundo: si te lo cuentan te mueres.

Como dije, esta semana pasada, del 7 al 11, se celebró en Oxford un seminario de lumbreras que intentaron entender la teoría Inter-Universal. Todos tenían mucho interés en el asunto porque Shinichi, esta vez sí, prometió contestar algunas preguntas por Skype, desde su casa en Japón. No sé nada de los resultados ni los entenderé cuando los expliquen, pero tengo interés en saber si Shinichi es un pirado, un genio o las dos cosas al tiempo, como Perelman.

Yo creo que todo esto va a ser muy importante. Cualquier cosa que ocupa 500 folios de fórmulas matemáticas enormemente abstractas es importante. Pero también creo que no va a cambiar las reglas del universo. Al fin y al cabo si te cambian el universo normal por uno de Teichmüller tienes que notar un temblor, una perturbación en La Fuerza, un algo, que no se ha sentido.

LORETO Y LAS POLLAS

 

Lorena es bajita y delgada, quizá incluso podríamos decir que magra o enjuta. Es de piel clara, cara afilada, pelo largo, lacio y negro y pecho breve pero bravo. Lleva gafas grandes de pasta con poca graduación, muy hipster y tal, y los labios pintados de un rojo denso e intenso. En el bar de enfrente se comentó que en la boca le caben el gordo y las dos aproximaciones, cosa que siendo una exageración de mal gusto ya se advierte que pretende ser un piropo. La barra de un bar no es sitio donde buscar requiebros sutiles y la admiración, e incluso el respeto, se suelen expresar con fórmulas cuarteleras. Quedémonos por ahora, como dato a destacar, con la sensual belleza clásica de su boca; labios de contorno y grosor perfecto y sonrisa luminosa aunque de esporádica aparición. Como se mueve nerviosa y ágil, incansable pero con aire tímido, las abuelas concordaban: «parece un ratoncito». Hoy con su inmaculada bata blanca sigue pareciendo un ratoncito, pero de laboratorio.

Iba a llamarse Loreto, nombre del que podemos decir que es muy pijo, como Borja o Manrique, pero acabó Lorena, que es como llamarte Rioja o Palencia. Un mal parto dejó a su madre a un ay del más allá y su padre hubo de cumplir el trámite del registro con un dolor profundo y malos presentimientos. Allí llegó algo lloroso y con un blanco en la memoria, recordando sólo que el nombre que su santa había elegido, para si era niña, empezaba por LO. La funcionaria, compasiva y solícita, sacó la lista y repasándola juntos llegaron a Lorena, que por riguroso orden alfabético va antes que Loreto, y él se echó a llorar creyendo recordar perfectamente cómo ella, pasando la mano sobre la tripa, le canturreaba así a la cría. Esta historia la cuenta ahora su madre, avergonzando a padre e hija, pero levantando en el auditorio carcajadas en cada ocasión. Lo hace con un gracejo especial que ha ido adquiriendo a base de años de repetirla una y otra vez, poniendo y quitando detalles según las reacciones del respetable. La naturalidad, eso ya lo sabemos, se consigue perfeccionando incansablemente el artificio.

Lorena, en su consulta, ha visto más pollas que una puta vieja y ambas saben todo lo que de ellas se puede, cada una a su manera, que la sabiduría y la excelencia se alcanzan por muy variadas vías.  Esto es así porque con treinta y seis, casi treinta y siete, lleva diez de uróloga en un centro de salud. Por sus manos han pasado y van pasando, siempre flácidas, humildes, derrotadas, las pollas de hombres de todas las edades. A las putas, según ellas avanzan en la edad, también les van llegando pollas cada vez más parecidas a las de Lorena, aburridas, abatidas y tristes.

La doctora, Lorena, es una profesional como la copa de un pino y todos esos penes, diríase viéndola, ni le conmueven, ni despiertan ideas lujuriosas, pensamientos impuros o febriles ensoñaciones. Hay que decir que esos miembros llegan, generalmente, no sólo en mal estado aparente, sino con achaques en muchos casos prematuros e irreparables. Los hombres le prestan menos atención y cuidado a su polla que al coche, aunque también es cierto que mucho bla, bla, bla, pero le dan menos uso a ésta que a aquél. Esa que sin rozamiento quién se imagina que hay desgaste. Está constatado que la próstata es un órgano en el que la evolución ha puesto poco interés, dicen unos, demasiado, dicen otros. Uséase que hay quienes sostienen que si falla es por mal hecha, cosa de un demiurgo torpe, y quienes afirman que es un supuesto de obsolescencia programada, apostando por uno malvado.

La doctora, que es de espíritu práctico y agente, en esas elucubraciones no se entretiene, y mira resultados de análisis en formularios y ordena nuevas pruebas y más análisis cubriendo otros. Anota detalles relevantes con letra menuda en historiales clínicos y mueve la cabeza asintiendo despacio para levantarla de pronto y hacer preguntas suaves que buscan confirmaciones. Los dueños de las pollas se sienten un poco así, como simples dueños de pollas, cohibidos y desatendidos, cosa que empeora cuando, tumbados, la doctora les mete un dedo en el culo. Lorena, profesional y competente, consciente de la importancia de la prueba, se demora en el tacto rectal, para el que usa exclusivamente guantes de color azul. Los de látex blanco, los clásicos, una vez puestos transparentan las manos y se vislumbran las uñas, perfectamente recortadas y pintadas de un rojo a juego con los labios. El azul, por el contrario, convierte el dedo en un instrumento flexible, sensitivo y hábil, pero deshumanizado. Eso, así lo cree ella, rebaja la ansiedad del examinando. La doctora, cuando mete el dedo y lo mueve levemente buscando las reacciones del paciente, levanta el rostro a lo alto, avanza la barbilla, frunce un poco sus labios sensuales y entorna los ojos. Diríase el director de una orquesta de cámara dando inicio a un pianísimo, dirigiendo los primeros compases a la espera del contratenor.

A Lorena le gusta su trabajo y le gustan las pollas, cosa que uno puede suponer porque es un gusto normal en las mujeres y porque, en definitiva, ha hecho profesión de ellas. Pero suponiendo normal uno no se acerca a la realidad de cuánto le gustan, que es mucho más de lo normal, ni de la frecuencia y cantidad. La realidad es que Lorena tiene un oscuro perfil en ciertas redes sociales, en las que se hace llamar Loreto, y una vida secreta, paralela y de inusitada intensidad. También su padre, que lleva viéndose con una funcionaria del registro desde hace treinta y seis años, casi treinta y siete, tiene una vida paralela y secreta, pero en su caso sensible y tierna. En ocasiones, cuando escuchan contar por enésima vez la anécdota del registro, padre e hija se miran y se intuyen esos recovecos del alma que todos tenemos y ellos, además, ejercen. Él, si de otra que no fuera su hija se tratara y caso de hallarse en ambiente propicio, pongamos el bar de enfrente, afirmaría rotundo que tiene cara de bien follada. Y qué más puedes pedir, siendo padre, sino que tus hijos sean felices. Ella, por su parte, que no ve a su madre con esa belleza y luminosidad en la piel de la mujer que se siente deseada, sabe que las recetas de Viagra que le hace a su padre en algún sitio se emplean.

EXCELSO PROCRASTINADOR

Me tumbo y pienso cuán apasionado soy de la inacción. Podría ser un activo defensor de la vagancia, pienso, pero estaría traicionándome, concluyo. Esa inmovilidad que me inunda es la esencia de la naturaleza humana, medito, porque combina a la perfección lo racional que me es propio y distingue del resto de los materiales que componen el universo con ese latido mínimo, esa inercia de lo inerte. Tumbado pienso en no hacer nada, en seguir sin hacer nada, en seguir observando cómo la entropía aumenta e imaginar el universo en toda su gloria futura. En el estado de gracia de la pausa infinita. Pienso, tumbado, en que la acción es la semilla de todo mal; en un cielo lleno de ángeles y santos en extática beatitud; en un infierno bullendo de optimistas hiperactivos pergeñando mejoras, planeando futuros venturosos, proyectando utopías.

Vago es sustantivo despectivo y adjetivo de contornos difusos, pienso, así que prefiero procrastinador. No se puede ser absolutamente vago, pero se puede ser un excelso procrastinador. Dicen, recuerdo, que los procrastinadores posponemos la acción, en un perfecto cálculo económico, hasta el instante en el cual mantenerse inactivo tiene un coste superior al esfuerzo de la acción. Puede ser, pienso, notando algo de presión en la vejiga y cambiando lentamente de postura para evitar levantarme al baño. Tiene sentido. Los procrastinadores no empezamos guerras, ni buscamos a nadie para causarle un mal, somos gentes de buen conformar, no exigimos atención, comemos cuando el hambre aprieta y no nos reímos de chistes sin gracia, pienso despacio, recreándome.

Tumbado, levemente amodorrado, pienso que me parezco demasiado a Adán, ese tipo que, incapaz de resistirse a la acción, la cagó. Adán, recuerdo, fue desahuciado del paraíso donde vivía sin nada que hacer y tuvo que empezar a buscarse activamente la vida. Adán seguramente era lo que los antropólogos llaman un cazador-recolector, una cigarra que come cuando el hambre aprieta. Eso, que en el paraíso era posible dejó de serlo al ser expulsado. Fuera, donde el frío, las estaciones y sus inclemencias no proveen todos los días del año, hay que ser hormiga; hay que ser agricultor. Afanarse, esperar la suerte de la cosecha y almacenar. Yo, los procrastinadores, los descendientes directos de Adán, portamos un gen, diría que activo, pero sonaría contradictorio, que se manifiesta en el rechazo al futuro y los planes. El ansia de la actividad despierta sólo ante la perentoria urgencia de la comida, como ejemplo de necesidad físicamente percibida.

Aquí tumbado medito sobre la inactividad y la santidad, y la vuelta al paraíso que de ella deriva. El ascetismo que implica y la cercanía conceptual con la vida anacoreta, esperando que la naturaleza, como a los pájaros del cielo, que ni siembran, ni cosechan, ni acumulan en graneros, satisfaga las necesidades mínimas. La vida, pienso, siguiendo a Lucas evangelista, vale más que la comida y el cuerpo más que el vestido. Ese gen, tan antiguo, tan de los albores de la humanidad, de cuando los primeros hombres vagaban hasta encontrar comida y paraban a hacer la siesta, algún tipo de ventaja evolutiva ha de tener o de lo contrario se habría extinguido. Sigo, tumbado, pensado en esas posibles ventajas.

 

TODO RECUERDA A TODO

Cumplir años carece de todo mérito. Uno llega a viejo como los militares chusqueros a coroneles, cuidando de no meterse en muchos líos y dejando pasar el tiempo. Ni siquiera hay que esforzarse o estar muy alerta, basta con moverse con el grueso de la tropa, vestir adecuadamente, saludar solícito a los superiores, mostrar el imprescindible desprecio hacia los inferiores y mantener la higiene personal en niveles que no resulten ofensivos. La mayoría se sujeta sin pensarlo a estas reglas sencillas y poco explicitadas, pero evidentes. También es cierto que muchos, cada vez más, pretenden contra toda lógica ser jóvenes toda la vida. Se empeñan en mantenerse en forma, en conservar con afeites y artificios la actitud y la gallardía de los años mozos. Son gente con alma de subteniente. Yo contra ellos no tengo nada, pero nací con una innegable voluntad de decadencia y confieso que no los entiendo.

Viene esto a cuento porque acabo de hacer cincuenta y he quedado chafado, por segunda vez, al ver que la decadencia no llegaba. La primera decepción fue con cuarenta, momento en el que esperé la famosa crisis que no vino. O sí, pero fue una tristeza líquida y difusa por no sentirme ya, de una vez y definitivamente, mayor. El ansia frustrada de acabar la adolescencia. Pero estos días atrás recordé que hace muchos años, con doce o así, había un sábado al mes en que me levantaba con la alegría de ir al peluquero. Iba yo solo, el barbero me trataba como un adulto y allí tenía, como lectura para hacer tiempo, el Interviú, el Por Favor y el Hermano Lobo, que leía con cara de pasmo. Además disfrutaba de las cosas que contaba aquel tipo alto, flaco, calvo, sobre su estancia en Londres. Hablaba de grupos, conciertos, películas y mujeres dándose mucho aire cosmopolita y con un cierto desprecio hacia los que seguíamos siendo simples lugareños. Recordé también que muchos años después un tipo elegante y repeinado, para dárselas también de interesante, me soltó como pensamiento propio: «Somos de una generación que debía esperar a ser mayor para ser alguien, y ahora que somos mayores resulta que hay que ser joven para ser alguien». Yo no le dije nada y le reí la gracia, servidumbres de una esmerada educación, pero esa frase recuerdo haberla leído en la peluquería, sentado en un sillón de acero y skay rojo, en una viñeta de El Perich. E inmediatamente me asaltó el pensamiento de que todo eso que recuerdo con tanto detalle quizá no haya ocurrido nunca, que podría haberlo soñado; el tipo repeinado, la peluquería en rojo y negro, el peluquero cosmopolita, las inglesas en minifalda y El Perich y su frase. Esto sería una pena, porque el sillón rojo, como los aviones del siglo pasado, tenía un delicioso mini cenicero en uno de sus brazos metálicos, y el pasado sería más feo si esos pequeños detalles no hubieran existido.
Quizá la decadencia es eso, recuerdos olvidados, lecturas soñadas, infancias reinventadas, memorias de sitios en donde quizá no has estado, gente que pasa y se confunde, rincones con intimidades secretas y acentos dulces. Un poco como Lisboa, donde todo empezó, donde todo recuerda a todo y aún se fuma en los cafés.

CUATRO TREINTA Y CINCO

Uno se piensa libre, bohemio, desordenado y algo pasota y de pronto, con un escalofrío, se descubre la costumbre de meter las monedas en la máquina de tabaco por estricto orden jerárquico de valor. La de dos, las dos de uno, la de veinte, la de diez y por último la de cinco. Cuatro treinta y cinco, ducados rubio en paquete blando. Y me doy cuenta, además, de que lo hago siempre y desde hace mucho. Desde que dejé de ir al estanco. Un día a la estanquera le hice el chiste, que no rió, de que tanto pedir en voz alta paquete blando al final iba a producirme indeseadas consecuencias. Posiblemente me engaño al decirme que paso de las estanqueras sin  sentido del humor, cuando en realidad se trata de que no quiero repetir una y otra vez en voz alta paquete blando. Sólo por si acaso.
Así que debería aceptar que soy exactamente lo contrario de lo que pienso, un hombre de orden, maniático y neurótico.

NOSOTROS SOIS CULPABLES

Días como éstos las metáforas y la retórica se desparraman, así como las recetas milagrosas. Los atentados de los milenaristas islámicos brindan a muchos la oportunidad perfecta para exhibir su brillante plumaje moral.
El plural mayestático, ese aberrante nosotros singular, es un modo de darse importancia suficientemente conocido por viejo. Quien lo usa es tan grande, tantas son sus plumas, que necesita un espacio colectivo para que habite su ego. El Rey, para dar cabida a su majestad necesita para él solo un avión en el que caben 200, todas las habitaciones de una planta del hotel y ocupar ese nosotros del que ha sido expulsada la chusma.
Hay otro nosotros en el que quien se da importancia, al contrario que el Rey en el suyo, no se encuentra. Es un nosotros en el que habitamos todos excepto quien lo usa. Él se ha bajado de ese colectivo algunas paradas antes. Sus plumas destacan porque las vemos de lejos. Este es un recurso en boga, es eficaz y, como la estupidez o la flojedad de ideas, curiosamente en la actualidad pasa desapercibido, vuela por debajo del radar.
Yo escribo, por ejemplo, “somos esa especie que, abrazada a sus prejuicios, nunca piensa racionalmente sobre sí misma“, y ahí que os quedáis todos, apretados en ese lugar oscuro y maloliente donde se apilan los prejuicios. Resulta evidente que yo, quien eso escribe, ha pensado racionalmente y, al contrario que vosotros, no se abraza a prejuicios. Yo soy quien ha descubierto tal cosa y el plural no me incluye; aunque formo parte de la especie y del nosotros, milagrosamente quedo fuera, deslumbrándoos con la antorcha de la racionalidad. Podría usar el vosotros y exhibir con normalidad mis plumas, pero la chusma busca culpabilidad al tiempo que rechaza los modelos. Usando el nosotros permanezco, para los poco avisados, entre ellos, sigo formando parte del pueblo, y con ello inmune a las críticas. Obtengo el status de modelo moral intentando evitar los riesgos que esa posición comporta. De esta retórica, propia de líderes de pandereta, políticos populistas, intelectuales bienpensantes, moralistas de suplemento dominical y agudos críticos políticamente correctos, se llenan periódicos y blogs cada vez que hay una tragedia.
Atendemos a los problemas del tercer mundo sólo cuando nos afectan“.
No deberíamos olvidar la influencia, en ocasiones nefasta, de nuestra política exterior“.
Damos por buenos los controles a los pilotos descansándonos en obsoletas regulaciones del siglo pasado”.
En todos estos casos quien empieza expresándose así continúa en tono moralizante, extendiendo culpas colectivas, responsabilidades que por ser tan ampliamente compartidas, por inconcretas, ni tienen destinatario ni son acusaciones. Sirven solamente a un propósito, excluirse él, dárselas de moralista, de avisado, de perceptivo y atento. En definitiva, el opinador de saldo sale de esas andanadas que le incluyen como un autoproclamado sabio lúcido con profundo sentido moral. Esta gente, vergonzosos ellos, usan el plural que les distingue, cuando lo que les gustaría es hablar de sí mismos en tercera persona, como los raperos: “50cents cree que la peña no lo da todo en cada concierto”.

LOA A LAS SOLAPAS

Si hay algo útil y confiable en este mundo convulso son las solapas de los libros. Sorprenderá que se diga esto, pero las evidencias son evidentes porque alguien se ha ocupado de desvelarlas, de hacer que sobre ellas recaiga la atención que merecen. En este tema, y llegado este tiempo, me ha tocado a mí defenderlas, tarea que asumo con resignación pero con ánimo. Decir lo que nadie dice es, de ordinario, socialmente ingrato pero íntimamente satisfactorio.

Antes los libros no tenían solapas. Eran tiempos oscuros, bárbaros, en los que un hombre curioso para saber de qué trataba un libro, si era de contenido interesante o de mérito literario, tenía que leerlo. Tal cosa, no me negarán, era una enorme pérdida de tiempo. Siempre ha habido un porcentaje desmesuradamente grande de libros sin el más mínimo interés. Eso ha sido así desde que el hombre, escocida el alma por el rencor de la expulsión del Paraíso, empezó a dejar constancia de los desafueros de los dioses. En el pasado, ese pozo del tiempo, nuestros ancestros tenían que pasar por la ingratísima tarea de leer los libros para luego, mucho tiempo y muchas páginas más tarde, poder hablar mal de la inmensa mayoría de ellos y, con suerte, proceder a olvidarlos. Eso nos permite afirmar que, editorialmente, el pasado es el tiempo oscuro en el que incluso los lectores avisados leían libros malos.

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MILES DE MATICES DE BLANCO

Luis es un tipo inteligente e interesante, educado y culto, extremadamente socarrón y elegantemente prudente. Tiene una mata como la de Henry-Levy, entreverada de canas como el buen jamón de grasa, lo que le da un aire de maduro interesante, atractivo que se ve potenciado por una absoluta inconsciencia del efecto que produce en las mujeres. Si le comentas algo siempre te devuelve una mirada aguda desde un ángulo distinto y tiene ese sentido del humor que huye del chiste y se prodiga en comentarios que empiezan como caricias y acaban como enérgicas friegas con un estropajo. Económicamente tiene un buen pasar, de manera que podría pasarse los días por ahí donde quisiera. Una mezcla de vieja burguesía vasca y CTV*. Pero no todo es maravilloso: es de izquierdas. Eso no le limita nada el día a día, es una persona normal el 90% del tiempo, salvo cuando se tocan un par de asuntos. En primer lugar es capaz de ver enormes diferencias en el espectro político que va de la izquierda del PSOE hasta Podemos. Se sabe las cosas de esa gente. Por ejemplo la Marea que gobierna Coruña no tiene nada, pero nada que ver con Podemos, Carmena, Colau o Kichi. Estos tres destruirían España, son unos anormales y unos revolucionarios descerebrados. La Marea no, y te lo explica, si es necesario, punto por punto. Cómo esto sí y aquello, que parece lo mismo, en realidad no lo es. Si alguien es capaz de distinguir el Frente Judaico Popular del Frente Popular de Judea es él. Creo que en parte, aunque sólo en parte, que esto ya pasaba antes, es porque se siente identificado con el Xulio Ferreiro. Este también es, me dicen, un tipo inteligente e interesante y también, por vía conyugal, tiene lana, tanta como para disfrutar de las ventajas fiscales de una SICAV. Luis, por otro lado, no ve ni un sólo matiz en todo lo que sea derecha. Eso comprende desde el centro del PSOE hasta Falange Española. Es todo negro, la misma masa informe, sin diferencias, mismos perros con distintos collares. Sus fines, sus intereses, sus intenciones, son exactas e inamovibles. Los moderados del PSOE son extrema derecha camuflada para mejor conseguir sus fines fascistas. Como los esquimales, es capaz de distinguir miles de matices de blanco pero todo lo oscuro es negro. Por supuesto, la transición fue la trampa para colarnos la continuidad del régimen, el gobierno de Franco en la sombra, la constitución es una estafa, no existe verdadera libertad y tal. Luego está lo de la policía. Si quiero enfadarlo menciono a la Policía o la Guardia Civil. En la facultad le zurraron un par de veces en asambleas, en alguna manifestación y a la salida de bares. Te cuenta cómo, en Portugalete, los civiles sacaron a la clientela de una tasca, hicieron un pasillo con las porras y según iban pasando les zurraban en cabeza y piernas. Esto, que pasó como mínimo hace cuarenta años, lo cuenta como si le dolieran los moretones y creo que le duelen. De ahí que todos los policías y guardias sean, literalmente, sin excepción y sin posibilidad de redención o perdón, alcohólicos sádicos maltratadores que dedican las horas de su vida a ejecutar la agenda secreta de ese negro sin matices que ocupa la mitad del espectro político. Es sacar el tema y asistir al colapso de un embalse. Aparece una pequeña fisura que pronto es una grieta y de improviso se derrumba y todo eso que estaba contenido se desborda y arrasa. La inteligencia, el sentido del humor, la educación y la prudencia se van, literalmente, a tomar por el culo. Un guardia es igual, por definición, a otro guardia, y todos ellos idénticos a aquel que le zurró hace cuarenta años. Un tipo al que no conocía y sobre el que proyecta los defectos que más desprecia: irracionalidad, descontrol de los impulsos, desprecio por los demás, falta de educación, carácter violento.

*De Coruña de Toda la Vida.