El debate de investidura me ha dejado un regusto agridulce que, por decirlo todo, ya tenía antes de que empezara. Las cosas importantes que ya se malicia uno cómo van a acabar suelen ser así.
Sánchez es anodino, aburrido y, en su papel, se dedicó machaconamente a repetir su mantra pedigüeño, a implorar a todos los que se mueven a su izquierda cariño y comprensión, que amor verdadero ya sabemos que no lo tiene ni en casa. Dispuesto a aceptar todo lo que le quisieran dar aceptó con fina voluntad los abundantes pitos, abucheos e insultos de los barras bravas, que se mofaron de él, de sus ancestros y de sus amigos. Diferenciar entre quien pone la otra mejilla y quien deja que le meen y dice que llueve es, en ocasiones, asunto que lo mismo puede ser espinoso que resbaladizo. No le cortaron las orejas porque salía su nombre en el cartel como torero y no tocaba, pero ganas tenían todos.
Mariano aprovechó, por si acaso, para darse el gusto de largar lo que estos días como Presidente, en funciones al ralentí, se tuvo que callar. Irónico, socarrón y borde se lo habían puesto fácil y, como tablas tiene e iba relajado, le dio a Sánchez hasta en el carnet de identidad, hasta el punto que lo mismo tiene que renovarlo. Digo fácil porque se limitó a ponerle ese humor que gastamos los gallegos, y que quizá no es ni siquiera humor, a unas cuantas obviedades, pero de enjundia, nada. Puede que no fuese el día, pero se echó de menos. Digamos que darse el gustazo suena más a brillante despedida que a futuro venturoso.
Iglesias, en su línea de profeta de la gente, abundó en ese su discurso y ademán que le ha rendido tanto fruto y que quedó plasmado en los puntos que le dejó muy claritos en su día a Sánchez. Él anda a la busca de establecer una relación directa entre él y la gente, que es el nombre políticamente correcto del pueblo, cosa ya muy vista y que sabemos propia de dictadores. Las instituciones son, hoscas e híspidas ellas, siempre rémoras cuando no obstáculos para que esa historia de amor florezca. La Libertad guía al pueblo sobre unas ruinas sacando una teta y ése fue su juego, sólo que esgrimiendo ideas rancias hace ya setenta años. La teta no la sacó, quizá por respeto a Carolina, pero se morreó con otro Señoría, algo improvisado para escandalizar a las viejas de los pueblos que no ven los debates, y se dedicó, como todos los que se empoderan rebozándose en la libertad, a dinamitar todo lo que se le puso a tiro. Tiene el verbo fluido de Blas Piñar o Federico Jiménez Losantos y las ideas igual de claras, pero todas antidemocráticas y aún así estuvo bien el revival porque ya era hora de que en el Parlamento se sentara alguien a representar ese personaje tan español que es el predicador martillo de herejes.
Rivera estuvo bien, porque es cínico, práctico y pragmático. Saludó a la afición, invocó muchas veces el espíritu de la transición y, tal como a Mariano lo han motejado persona non grata en su pueblo, lo deberían nombrar hijo adoptivo del de Suárez. No sé quién manda en Cebreros pero están tardando. Si Sánchez tendió la mano a Podemos Albert le pidió educadamente al Partido Popular que se rindiera, cosa que los enfureció. A la propuesta, que debió sonarles a aquello de si es inevitable, relájate y disfruta, le contestaron a gritos que no es no. Albert habla bien en plan de hombre de estado, sólo que es un estilo que no se lleva y queda algo ridículo, y también se defiende bien en la tele en distancias cortas. Lo que lleva mal son las transiciones del modo A al modo B, que aún le falta pillarles el truquillo, cosa extraña siendo él tan de transiciones. Cuando pasaba de lo serio pero vacuo a lo distendido lo hacía con torpeza y trompicón, como si no se hubiera bregado ya unos años en el parlamento catalán. En general compuso el gesto de próximo presidente con altura de miras a base de darse palmadas en la espalda por su altura de miras y reprochar a los demás la falta de aprecio de tal gesto.
Finalmente, sin sorpresas, a Sánchez lo quisieron lo justito y no llegó para salir Presidente y quedamos a la escucha. En definitiva, que esperando más de un debate de investidura, no esperaba más de éste debate de investidura. Y del de hoy me malicio igual regusto, con el añadido de haberlo probado antes.
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