OPORTO

En Oporto, una ciudad que, dicen siempre, es dos, hay que ver algunas cosas sí o sí. Otras, las mejores, es mejor encontrarlas por causalidad, uséase perdiéndose por las calles o callejuelas mientras buscas algo que recomienda una guía.

Empezar por los Cais es lo mejor. Visitar lo muy turístico primero, aunque sea corriendo, apresurado, te asegura poder intervenir en una conversación sobre la ciudad y demostrar que has estado. Esto, conveniente siempre, es imprescindible si el viaje te lo pagan tus padres o la empresa. Estando allí, en los Cais, todo bares y restaurantes, puedes admirar Vilanova de Gaia, la otra mitad de Oporto. No tiene pérdida, es lo que está al otro lado del río que es, claro, el Douro, al que río arriba llaman Duero. Ya que estás allí puedes, si es invierno y la gente no es mucha, tomarte un gintónic en alguna terraza, al frío y la humedad, esperando que salga uno de esos rabelos que hacen la ruta de los seis puentes. Desde esa terraza vas a admirar, sí o sí, a Ponte de Dom Luiz I y pensarás nada más verlo que es de Gustav Eiffel porque parece un andamio, como todas las cosas que construía. Pero no, no es de Eiffel, aunque lo parezca mucho.

De los Cais uno puede ir, caminando cuesta arriba, hacia la Praça do Infante Dom Henrique en la que, si dispone de numerario en cantidad suficiente, debería comer o cenar en el restaurante O Comercial en el Palacio de la Bolsa. Más que nada porque el edificio es impresionante. Los ricos ahora son esquivos y huidizos pero antes, en los buenos tiempos, gastaban la pasta en ostentaciones que tenían su aquel y la bolsa siempre fue un lugar de gente con un pasar. De ahí, subiendo algo más, llega uno a la Praça da Liberdade, indistinguible de la Avenida dos Aliados. Allá arriba, en lo alto, está la Igreja da Trindade, pero uno no la ve porque la tapa la mole del Ayuntamiento. Si uno, según mira y no ve la Igreja, tuerce a la derecha llega a la estación de tren, a donde llegan y de dónde sale los comboios. La visita es imprescindible puesto que todos hablan de los azulejos del hall. Quedaría uno fatal si en una reunión social le hablaran de esos paneles en los que los portugueses han resumido la historia de su patria y tuviera que disimular su ignorancia improvisando una gracieta. Inmediatamente hay que seguir subiendo por la Rua 31 de Janeiro hasta llegar a la Praça da Batalha. Ahí empieza, un poquito bajando, la Rua Santa Catarina, antes llena de tiendas y ahora de franquicias. Si uno, por una casualidad, desconoce el grupo Inditex y sus muchas marcas puede hacer un cursillo acelerado. Como para eso uno no viaja a Oporto sino que le sirve cualquier ciudad con más de cien mil habitantes, es mejor concentrarse en tomar un café, u otro gintónic, en el Café Majestic, una de esas reliquias que les encantan a los portugueses y que es, más o menos, lo que buscamos cuando viajamos. Cosas extranjeras, sobadas pero en uso, que nos recuerden a lo nuestro. A partir de ahí uno puede ir a la derecha, pero no vale la pena, o a la derecha y ver el mercado do Bolhao, que tiene la coña de que es un mercado de verdad, para luego bajar la Rua Sá da Bandeira hasta el Café a Brasileira, donde la calle hace curva. Ahora está definitivamente cerrado, y vaya por Dios. En nada se va a encontrar de nuevo con la Avenida dos Aliados. Yo, desde ahí, haría por pasar de nuevo frente a la estación para acercarme a ver la Muralla Fernandina, que tiene unas vistas estupendas y la imprescindible Igreja de Santa Clara para aprender, de verdad, qué significa la palabra recargado. Los inyriores chinos, que tienen fama de recargados, puestos al lado de Santa Clara parecen japoneses. Al lado de la muralla pasa la plancha superior del puente Dom Luis, y al lado de esta el funicular, y un poco más allá las doscientas y pico escaleras que llevan desde el río hasta el alto. Allí mismo, en la Rua de Arnaldo Gama, está la sede del Guindalense Futebol Clube, que tiene un bar cutre, con manteles de hule, platos de duralex y futbolín. Lo que tiene también son dos o tres terrazas con la mejor vista de Porto, del río, del puente, de Vilanova, y adornadas con bombillas de colores. Es el sitio más chachi de la ciudad para una cena romántica, como las de las trattorias de las películas, Vacaciones en Roma o una de esas en las que Sofía Loren hace spaguetti. Por el puente, antes, pasaba el tren; ahora el tranvía lo comparte con los peatones y puedes, después de cenar, llegar paseando hasta Vilanova de Gaia. En Porto hay que ver, también, esta vez al otro lado de la Avenida dos Aliados, a Torre dos Clérigos, la Universidad, que está al lado y, ya que estamos, la librería Lelo que está allí mismo. Aunque lo cierto es que desde que ha puesto de moda ya no hay bibliófilos y son hordas de cinéfilos los que vagan entre los libros arrastrando los pies como zombies. Allí mismo está la Calle Galería de París, llena de sitios a los que ir a tomar copas, con la ventaja, al menos la última vez que lo miré, de que dejan fumar. Es muy conveniente ver a Casa da Música, en la plaza de Mousinho de Albuquerque, en medio de la Avenida Boavista. Si un edificio es cubista es este y vale la pena recorrerlo por dentro. Siguiendo la Avenida, a medio camino de Matosinhos, donde acaba contra la playa y el mar, está la Fundación Serralves, con unos jardines preciosos, arte por un tubo y una mansión, la del señor Serralves, de color rosa y que por el estilo podría estar en la playa de Miami. En las casas de las calles que la rodean podría uno acostumbrarse a vivir sin demasiados esfuerzos. En Matosinhos además de la playa es la zona industrial, y en ella están las discotecas de moda, si acaso alguien tuviera  ganas de bailar.

LLUEVE

El gato lustroso y bien alimentado, el gato ahíto, te mira lejano, callado y como ausente. El gato bien nutrido padece el nihilismo de la plétora, concepto brillante y lustroso, luminoso, que debemos a E.M. Cioran que en ocasiones, y ustedes me perdonarán, se comportaba como un gato, asocial y pasivo rozando lo sociópata. El gato debería ser metáfora de algo y no de la sensualidad porque el gato, si satisfecho en sus apetitos, es más vago que la chaqueta de un guardia, o de un guarda si es Ud. un purista. Los gatos, en su mundanal indiferencia, y por esa chepa que les sale cuando sentados, son poco sensuales y transmiten una tristeza que conecta directamente con unas penas que sólo podemos imaginar. Los gatos cuando no están pasivos y tristes están ansiosos y enfadados, incluso cuando juegan, razón por la cual lo sensual, que es todo matiz, no sé de dónde coño lo sacan quienes afirman verlo. El gato es, contra todo lo que dicen, claramente masculino, evidentemente asperger, impepinablemente egoísta. Al gato la femineidad se la ven quienes no ven tres en un burro, quienes no perciben que chorrea chulería y arrogancia y dandismo mal entendido. El perro, por el contrario, es sociable y gregario, y la indiferencia le es por completo ajena. Dice Satur que hoy llueve en Madrid, lo cual que bien, que ya hay de qué hablar además de los problemas que inventan los catalanes. También aquí llueve, y ya vamos llegando, con la indiferencia de los gatos sanos y bien alimentados que pasan a tu lado, atentos a sus cosas de gato, y ni te ven. Incluso más. Hoy llueve con esa indiferencia que la naturaleza pone en las cosas de los hombres y de las portavozas, que son cosas siempre menores, nimias, son cosas por las que no llega ni a manifestar desprecio. Hoy pasan las nubes y descargan a la buena de dios gotas gordas y frías y parece que llevan cayendo desde siempre y que van a seguir cayendo para siempre y hoy los gatos y los camaleones, reyes del desinterés, parecen meros aprendices. La madre naturaleza tiene un aquel de madre ausente, distante e inaccesible, de madre fría y desleal, que en días de lluvia monótona se acrecienta y desaparece, mira tú, cuando la tempestad y el aguacero.

TRUTH OR CONSEQUENCES

Si vas a Nuevo México y te acercas al Río Grande, como hacía John Wayne en sus películas, quizás puedas acercarte a Truth or Consequences, al que de ordinario llaman T or C, por abreviar un poco. Hay pueblos que quizá no vale la pena visitar y esos son los mejores para visitar, porque ir contracorriente tiene su cosa y eso lo saben los habitantes, 6411 en el último censo, de la capital de Sierra County, New México. Aquello se llamaba Hot Springs, NM, nombre anodino por descriptivo dado que hay manantiales de aguas termales, hasta el día 31 de Marzo de 1950, fecha en la que para ganar un concurso de la radio votaron por abrumadora mayoría, 1294 síes contra 295 noes, cambiarle el nombre a T or C. La publicidad, la estrategia de comunicación, lo es todo dicen los que saben, y esta es cosa que ya sabían la inmensa mayoría de los habitantes de Hot Springs, NM, en marzo de 1950. Hot Springs era un pueblo anodino y aburrido y T or C también pero tiene su aquel, el aquel de llamarse Truth or Consequences, el nombre de un programa de radio que luego saltó a la televisión. Uno podría decir, mirando el mapa, que T or C está a la vera, en la ribera, del Rio Grande pero sería mentir. T or C, antes Hot Springs, está a al lado del río como podría estar en otro sitio cualquiera. Ni las casas ni las gentes lo miran ni al rio parece preocuparle que a su vera, en su ribera, se haya instalado una comunidad tan voluble e inestable que le cambia de nombre al pueblo por un calentón. Los de T or C son, creo yo, los típicos americanos que se casan en Las Vegas con una stripper que acaban de conocer, por una apuesta. El Río Grande, cuando deja T or C, se deja remansar en Caballo Reservoir, se pasea por las afueras de Las Cruces y se deja caer hasta esa ciudad partida que es El Paso-Ciudad Juárez, dividiéndola al hacer frontera. El Río Grande, ese que viene desde T or C, es el de los emigrantes ilegales, los alijos de mota y coca y los cadáveres balaceados en las orillas. En el pueblo antes conocido como Hot Springs hay, al menos, dos museos y varios spas de aguas calientes con sus respectivos hoteles que la gente valora positivamente en las webs de viajes. Están el Museo de los Apaches y del Indio Gerónimo y el Museo Militar. Si vas a Tiorsí papá, cuidado con los apaches, no comas foiegras de pato ni vayas a un cabaret si quieres pasar el rato. En Tiorsí, Níu Mécsico, te puedes dejar caer por la calle Camino del Cielo, por ver qué tal. Allí vive Margaret Primrose, que fue telefonista del Proyecto Manhattan en el mismo Condado de Sierra, cuando en el año 45 detonaron una bomba en Arenas Blancas, la primera de la historia. Margaret es pequeña, flaca y reseca, como la tierra en NM y específicamente en Hot Springs, y tiene carita pequeña y de mofletes colgantes, dados de si, como una ardilla o un trompetista de jazz. Ella no votó en el referéndum para cambiarle el nombre al pueblo porque estaba en San Diego, casada con un militar de la cosa atómica y criando tres hijos. A ella estas cosas más o menos le dan igual y su preocupación ahora es ir a misa los domingos, asunto para el cual viene su sobrino Richard a recogerla con puntualidad militar. Después de recorrerlas todas, la Fellowship Alliance Church, la Church of Christ y la Desert Springs Lutheran Church ahora va a la New Hope Revival Church, porque el Pastor González es el que más claramente predica a favor de la resurrección de los cuerpos; prácticamente te la asegura. A cierta edad, en ciertos sitios, si uno encuentra algo que proporciona la más mínima esperanza, se ha de aferrar a ello.

INDULGENCIAS

Por la presente concedemos cuarenta días de indulgencia, en la forma acostumbrada, al lector o lectora que leyere el libro llamado «La línea imaginaria«, del autor Mortimer Gaussage, con atención, piedad y devoción cristiana y, al tiempo, pida a Dios por las almas del Purgatorio en general y la del autor en particular, por considerarlo los doctores de esta Curia de recta moral, ajustado a la doctrina y de utilidad para el alma de la feligresía y damos nuestra licencia para que a la concesión de esta gracia pueda darse publicidad por medio de la imprenta. Nihil Obstat.

 

CHOPSUEY FANZINE ON THE ROCKS

ERLE P. MATTHIS

El 18 de febrero de 1945, en el Meadowbrook Ballroom en Cedar Groove, New Jersey, la orquesta de Woody Herman grabó en directo su versión de “Red Top”. Woody Herman dirigía la banda y tocaba el clarinete solista. El resto de la orquesta la formaban Ray Wetzel, trompeta solista; Saul “Sonny” Berman, Walter “Pete” Candoli, Carl “Bama” Warwick y Charles Frankhauser, trompetas; Willar P. “Bill” Harris, Ralph Pfeffner y Ed Kiefer, trombones; Sam Marowitz, saxo solista; John La Porta, saxo; Joseph E. Filipelli (“Flip” Phillips) y Pete Mondello, saxo tenor; Skippy DeSair, saxo barítono; Margie Hyams, vibráfono; Ralph Burns, piano; Billy Bauer, guitarra; Greig Stewart “Chubby” Jackson, bajo y Dave Tough, a la batería. Lo recuerdo perfectamente porque aquella noche, sobre las 21:45 PM, Erle P. Matthis se enzarzó con Jackson McKenzie en la barra porque le habló a su mujer y pensó que estaba intentando flirtear con ella. A resultas de la pelea, nunca boxees con un boxeador, aunque en el ring sea un fracasado, Erle perdió un ojo y con él su trabajo de conductor del metro y empezó a beber más de la cuenta. Ocho o nueve meses más tarde su mujer lo dejó llevándose a los niños y luego de dar tumbos por la costa este como empleado precario en trabajos culturales, creativos y académicos contemporáneos en el marco de la agenda neoliberal y el mundo en red, obviamente desesperado y ya muy enfermo, a mediados del 47 marchó a Seattle a casa de su hermano Edward. Él no sabía que Edward, desde su vuelta de la IIGM, junto con otros tres compañeros marines de 23th regimiento con los que había desembarcado en Iwo Jima, se dedicaba a atracar sucursales del North Pacific Consolidated Bank. Erle pensaba que era perito agrimensor y se movía por todo el estado de Washington con esas cajas en las que llevan los teodolitos midiendo terrenos para empresas madereras. La misma noche en la que llegó a la casa de su hermano, en la Avenida Morgan con la 38, entre Fairmount Park y Gatewood, la policía la asaltó para detener a la banda de atracadores y durante el tiroteo una esquirla de madera lo dejó sin vista del otro ojo. Completamente ciego, sin dinero para pagar la fianza o una defensa decente, temblando por el síndrome de abstinencia, se suicidó en la penitenciaría federal de la Isla McNeill colgándose con una cuerda hecha con retales de las sábanas. Eran las 21:45 PM del 18 de febrero de 1948 y habían pasado tres años exactos desde que la orquesta de Woody Herman, “The Band that Plays the Blues”, grabara el “Red Top” y Jackson «Hurricane» McKenzie le volara el primer ojo de un crochet envenenado. Y mañana se cumplirán 70 años de la muerte de Erle P. Matthis. Hay quien dice que suicidio no viene de sui caedere, matar a uno mismo, sino de sus, suis, cerdo. El suicidio en ese caso sería, literalmente, matar a un cerdo. Eso, siendo ingenioso y divertido, no es más que echar sal a la herida, cosa que quizá no procede. El asunto todo es muy triste pero por lo menos la canción es buena.

LUBINA ROBÁLOVA

Una vez tuve una novia rusa o ucraniana o así. Una novia eslava que nadie sabe de dónde salió ni a dónde, después, marchó con su prosodia siberiana, sus ojos grises y sus piernas largas. Lubina Robálova, o Robalova, que de todo la llamaban, apareció por aquí como las crebas en las playas, por capricho de las olas y los vientos. A Lubina Robálova mi abuela siempre y yo en la intimidad, entre edredones y mantas, cariñosamente, le decíamos robaliza, como otros llaman a la suya palomita o ruliña. A Lubina esto le daba igual, porque las rusas o ucranianas, las eslavas en general, son de natural agradecidas. Las eslavas, siempre según mi experiencia, hacen buenas novias y malas esposas, quién sabe por qué, son cosas que pasan. También hay pescados que hacen buen caldo y mala comida y nadie se espanta o escandaliza, y eso por no traer el lugar común de la gallina vieja. Lubina era teóloga y llegó aquí por el Camino de Santiago, que nos trae cosas de la tierra como la corriente del golfo nos trae cosas de la mar, cosas que quizá allá, donde empiezan viaje, no son raras pero aquí un poco sí. Lubina tenía los ojos clarísimos, del gris de una mañana de niebla, de un gris glauco como los besugos que compras poco frescos o los que sacas del horno bien asados. Uno nunca había tenido una novia teóloga, ni rusa, o eslava, y, si me apuran, casi ni novia había tenido, así que uno, en aquella circunstancia, se encontraba despistado. En este rincón, no obstante, estas cosas las solucionamos con el natural cosmopolitismo que nos caracteriza. Unos acceden a ese status viajando, marchando de casa con intención de nunca más volver y los otros, menos valientes, observando lo que las corrientes y el Camino nos traen. Para ser de verdad cosmopolita solo hay que ser un poco paleto, asombrarse por lo asombroso, preguntar lo que no se sabe y, sobre todo, tener claros un par de principios morales. El resto va solo. Lubina, en bikini, te hacía creer en Dios con mayúsculas y sus caderas alejándose refutaban descreídos sin aparente esfuerzo, con un swing siberiano que, como no lo tengo grabado, pervive sólo en mi recuerdo. La teología tiene la gran ventaja de que es ciencia irrefutable y Lubina contaba con carismas que hacían que ni te planteases la duda. La Dra. Robálova, teóloga, hablaba con convicción de los falsos dioses, las falsas creencias y los falsos profetas y uno sólo era capaz de asentir, cosmopolitamente enamorado o enamoradamente cosmopolita, asentía con una sonrisa bobalicona y murmuraba robaliza mía, y se hundía en la niebla de sus ojos grises. Robaliza mía escribió un tratado farragoso, en esas letras que usan las eslavas que parecen garabatos y podrían ser cualquier cosa, sobre los que adoran a Elvis Presley como Dios, las facciones en las que se dividen y sus peleas y controversias. Los Elvitas, escisión extremista de la First Presleyterian Church of Elvis The Divine, odian a los Presleyterianos por razones tan obvias que nunca han sido, que se sepa, explicitadas. En estas cosas andaba Lubina, en averiguar por qué los Elvitas se persignan como los católicos y los Presleyterianos como los ortodoxos, es decir de izquierda a derecha los primeros y de derecha a izquierda los segundos. Eso sí, los unos y los otros, me explicaba mi Robaliza entre edredones y revolcones, todos, los unos y los otros, dicen LOVEME-TENDER-LOVEME-TRUE mientras hacen el gesto y yo, para aprenderlo, se lo hacía a ella, de la frente al ombligo, de una teta a la otra. Las rusas, las eslavas en general, hacen buenas novias. Quién sabe por qué.

EDDY

A Eddy Merckx le llamaban El Caníbal porque era un poco cabrón, que no le llegaba ganar las vueltas, los giros, las etapas y los premios de la montaña con sus ramos de flores y sus bellas señoritas, que además tenía que ganar todas las metas volantes y quedarse con los jamones, los lotes de productos típicos, los vales descuento y los televisores en color. Todo eso no lo repartía con los gregarios de su equipo y seguramente lo que no podía llevarse a Bélgica, en aquella Europa entreverada de fronteras, se lo comía antes de cruzar la aduana o lo vendía en un mercadillo. Por esa misma época, y en parecidas circunstancias, Sofía Loren tuvo que zamparse una mortadella del tamaño de un bebé en el aeropuerto de Nueva York lo cual también tiene algo de caníbal. Eddy Merckx iba siempre de amarillo aunque no ganara, creo yo que por joder, y se creía el mejor y seguramente lo era, pero caía muy mal y a mi, de la rabia que le tengo, hasta se me da un aire a El Chicle, el asesino de Rianxo. Este también andaba en competiciones de maratón y cosas así de largas y esforzadas. Puede ser que esa manía que le tengo, la misma que le tienen los profesores de matemáticas a sus alumnos y en general a todo el mundo, hasta a los de lengua y literatura, me haga verlo peor de lo que es, pero quizá no, quizá tengo razón siguiendo el corazón. Si pienso tarde en ciertas cosas, por ejemplo en Eddy Merckx, el Caníbal, esprintando para quitarle a uno de sus subalternos en la Vuelta del 73 el lote de turrones de la meta volante de Jijona, hoy Xixona, a las once de la noche o así, pueden quedarse en mi cabeza dando vueltas, como una melodía pegadiza, y quitarme de dormir. Pocas cosas hay más rastreras que esa codicia mezquina de las cosas pequeñas, esa que, a lo que se ve, llenaba el alma o el corazón de Eddy, o ambos. Imagino a Eddy, el Caníbal, vencedor de la vuelta, líder de la general, levantándose antes que su compañero de habitación, una mañana de junio en un hotel de dos estrellas en Albacete para meter en la maleta sin ser descubierto los jaboncillos del baño. Birlándoselos a la dirección del establecimiento y al compañero de habitación. Así era Eddy, que esprintaba a dolor en las metas volantes que en primavera nacían como flores por las cunetas de Europa y trincaba los jaboncillos de todos los hoteles y pensiones del camino. Creo que la diferencia entre un ladrón profesional y uno aficionado, un amateur de lo ajeno, un diletante del robo, es que el segundo no robaría cosas feas, cosas que no le gustan. Un profesional, por el contrario, sabe que hay una ética, un código, según el cual no debe uno discriminar a los nuevos ricos, a los horteras sin gusto, a los paletos con dinero. Estos merecen la atención del profesional al igual que los pobres, los que aparentan no serlo y los que no siéndolo lo parecen. El profesional, y se ve que Merckx lo era, gana todo lo que hay para ganar o roba todo lo que hay para robar, sin distingos, sin disquisiciones, sin caer en arbitrarias discriminaciones o inaceptables caprichos. Estamos a lo que estamos, que es a ganar, y si en la meta volante de O Carballiño toca pulpo y en Las Pedroñeras tocan ajos, ya vendrá donde toquen vino o queso o jamón o el televisor en color. Yo, a pesar de todo este argumento tan racional, a Eddy le tengo la manía sorda y rencorosa que le tiene el profesor de matemáticas al alumno que saca notas en todo menos en lo suyo, porque piensa que si se esforzara sólo un poco podría hacerlo bien. Todos somos conscientes de que el camino al triunfo se lo va pavimentando uno mismo a base de metas volantes, y que así es la vida, pero creo yo que si dejaras pasar algunas, Eddy, demostrarías saber ganar como un caballero, pero por algo te llaman El Caníbal, Eddy, aunque seas el mejor y vistas siempre de amarillo, Eddy, como un gofre, ese dulce cutre con forma de baldosa.

AVEIRO

Aveiro, localidad que publicitan como la Venecia portuguesa, se sitúa en la desembocadura de un río del cual no me sé el nombre, pecado imperdonable por el que pido disculpas. Los ríos si te acercas mucho, son todos iguales, no como la gente que luce o desluce según te vas acercando y es de lejos que se parecen mucho. Aveiro el fin de semana próximo pasado estaba llena de coreanos, o chinos. Sé que no eran japoneses porque estos pasean lejanos y circunspectos como la reina de Inglaterra y quienes deambulaban con ojos rasgados, como quien se esfuerza en el baño, reían y gritaban. Distinguir orientales es asunto arduo, como sexar pollos, y si no llega bien para una carrera llena de créditos de Bolonia daría al menos para una FP de segundo grado. Dicen que ellos, como los enanos y los gays, se distinguen, pero no lo tengo yo tan claro. En Aveiro, la Venecia portuguesa, algunas calles son canales de ese río del que no sé el nombre, de ahí la comparación, que para mi gusto es exagerada, y por ellos circulan una suerte de góndolas charras. Lo cierto es que no siéndolo tienen un parecido, con proa y popa elevadas. Por centrar el asunto, para que nadie que acuda luego me reproche, diré que si nos imaginamos a las góndolas como un coche deportivo, biplaza, pequeño y negro, las naos de Aveiro serían autobuses mexicanos. Van pintadas de colores chillones, llenas de turistas, muchos de ellos coreanos, o chinos, les cuelgan flecos y banderas y van adornadas con pinturas alusivas que, siendo generosos, podríamos calificar de estilo naïf. Una de ellas la puso el Sr. Perroantonio el otro día en el blog. Lo cierto es que lo aluden en esa pintura naval creo yo que con cariño, porque es un tipo bienhumorado y seguramente entre tanto coreano, o chino, de carcajada fácil y ojos estreñidos, dejó buen recuerdo. Aveiro, como Venecia, tiene un Lido, lo que vienen siendo una barra de arena allá a lo lejos contra el mar, llena de casas y hoteles, como la Manga pero de bajo y piso. Las casas, forradas de azulejo como todo en Portugal, son a rayas blancas y rojas o blancas y azules. Será que unos son del depor y otros del aleti, pensé, hasta que caí en la cuenta que azulejan con los colores y las listas de las casetas de playa, esas en las que la gente de bien se ponía el bañador en los años 40. En Aveiro le tienen mucha fe a São Gonçalinho, porque es milagrero y casamentero. Concretando más es uno de los traumatológos del santoral y se le pide por la sanación de los ossos, que ya explicó Ximeno que en todo Portugal, no sólo en Aveiro, son los huesos. El día grande, desde una terraza en lo alto de la iglesia de São Gonçalo, que lo de Gonçalinho es por el cariño y la proximidad, los ofrecidos que han pillado cacho o curado un osso lanzan al populacho reunido en la plazoleta cavacas, unos dulces sólidos que caen como piedras pero con un ruido sordo. Si te dan con una te descalabran. Allí se congregó el populacho el domingo y con él los coreanos, o chinos, y a ese jolgorio me uní también. Participar gratis en un evento popular es siempre un plus que alegra al viajero, porque para eso viajamos, para sentirnos algo antropólogos observando con interés, curiosidad y afecto a nuestros semejantes. Los coreanos, o chinos, estaban algo más que contentos y jaleaban como los nativos, esforzándose en pillar cavacas al vuelo. Yo, que los veía disfrutar como niños, intenté pillar alguna pero sin éxito, así que compré unas cuantas en un puesto como recuerdo. Las cavacas de São Gonçalinho, al paladar, son pan duro cubierto de azúcar, ni con leche caliente ablandan, lo cual que recuerdan ossos, omóplatos para ser más exactos. Aveiro, de lejos, es un pueblo como cualquier otro, como su río de cerca y los orientales de lejos. Si te acercas tiene su encanto y le ves el aquel de la gente amable, los gondoleros alegres, las casitas cuidadas y las pastelerías llenas de cavacas duras como piedras, una por cada hueso curado o pareja arreglada.

HELSINKI

Helsinki está preciosa en esta época del año. La nieve te llega a los huevos, el frío corta la cara y el alcohol es caro. El aire limpio y seco, salvo que ruja en lontananza un volcán, las calles vacías y esa noche eterna, sin estrellas, de novela negra barata, invitan a gastar la hijuela en vicios por ver de sentirse vivo corriendo hacia la muerte en lugar de esperarla tiritando. Ingvar busca mujeres en los bares, con dificultad porque si rebuscas en el árbol genealógico la mayoría son primas y acaba llegando a tu madre noticia de tus desatenciones, desplantes e incluso, lo que es más vergonzoso, el detalle de esos momentos de bajo rendimiento. Las mujeres de Helsinki, cuenta Ingvar, son como matrioskas, sanas y gordas, un poco por raza y un poco por la ropa, rubias y de cara colorada de frío o plétora o alcohol. A las mujeres en Helsinki las eliges por la cara en los meses de sol, y a la buena de dios en cuanto se viene la invernía y que él reparta suerte, que no hay forma de verles las formas debajo de esas ropas ni la cara en esa oscuridad de callejón. El mar, mira Ingvar, qué linda la mar, toda cubierta de témpanos, que en las islas es el sitio por dónde escapar, es en Helsinki la línea en la que parar de hacerlo. La mar, dice Ingvar, es un horizonte en el que, sin línea, se juntan el cielo gris y el mar gris. Un gris sin fondo que, de mirarlo fijamente, hace imposible el sueño de una isla tropical. Las sirenas, mirando al mar, las imagina uno gordas y grises como las morsas, con sus capas de grasa imprescindibles para sobrevivir. En Helsinki, que está preciosa en esta época del año, Ingvar me lleva a naufragar a la barra de un bar, con alcohol de estraperlo y sirenas de alquiler. En Helsinki, en esta época del año, es lo mejor que se puede conseguir sin un billete de avión.

LA INVASIÓN

Dicen en ChopSuey que faltan historias y yo con eso no estoy de acuerdo porque casi nunca estoy de acuerdo con nada, que soy muy de llevar la contraria. Yo creo que no faltan historias, que lo que falta es quien las cuente, o ganas de contarlas. La de Venancio Regulfe Cestay no la supe yo hasta que me la hizo saber Benito Bougas, el legionario de Dozón, que en Gloria esté. Estas historias, sabidas de oídas, presta menos contarlas no sé yo bien por qué, pero ahí va, que en estos días de zozobra independentista se me viene mucho a la cabeza. A Venancio Regulfe no lo conocí, eso ya se entiende, y sólo le vi una foto vestido de militar. Tenía, o de joven tuvo, una de esas caras que parecen hechas a golpes, como estudios de escultor sin terminar, un poco como la de Karl Malden, por poner un ejemplo. Lo imagino alto porque Benito, su amigo, era alto, pero es este un dato que aventuro sin fundamento. Venancio era de Hérmora, ayuntamiento de Palas de Rei, provincia de Lugo. Por Palas pasa el Camino de Santiago y es sitio de muchos castros, muchos pazos, muchas torres y allí Witiza mató a Favila, que no fue un oso como dicen, dato que sin añadir nada a la historia me parece de interés. Venancio Regulfe Cestay, aún con ochenta, era quien de cazar conejos a pedradas, trasegar una botella de aguardiente en una tarde, acechar al lobo toda una noche y silbar y que un potro le viniera a comer a la mano. Venancio Regulfe y su hermano quedaron huérfanos y los recogieron donde los Padres Pasionistas, esos que llevan un corazón rojo cosido al hábito, como un alfiletero gigante. JESU XPI PASSIO. En el orfanato Venancio aprendió lo poco que se enseñaba en esos sitios, además de la misa en latín con sus cánticos y los rudimentos de una vida cuartelera. Igual por eso acabó en los Regulares haciendo campaña en África y luego en la Guardia Civil. La guerra le pilló en Cataluña, muy a traspié de sus ideas, que él en Melilla había jurado fidelidad al Rey, pero combatió por la República hasta el final y, quién sabe cómo, acabó en Inglaterra. Venancio y Benito se veían todos los años a finales de junio en O Corpiño, en Losón, no por atender a la Virgen ni por los miles de fieles empecatados, sino por tener un día fijo en el que coincidir y tomar el pulpo en compañía. Venancio, viejo y enfermo, le rezaba a una estampa de su hermano que es santo o casi, porque lo mataron los rojos en Valencia nada más salir sacerdote, muy al principio de la guerra, y el Papa lo hizo beato. Quién lo iba a decir, que llegaría a viejo el soldado y moriría joven el hombre de Dios. Yo esto de rezarle a un hermano pidiendo su intercesión ante Nuestro Señor para la salvación del alma lo veo como una ventaja que no se debe dejar pasar, aunque seas un descreído. Venancio Regulfe, no me digas cómo que no lo conocí y todo esto lo sé de oídas, acabó en Gales como maestre de la caza del zorro y Benito me enseñaba una chapa de bronce del distrito de Llanwrthwl y una corneta grabada con sus iniciales, VRC, como prueba irrefutable. Seguramente guiaba a los perros con silbidos, al caballo con susurros y gritaba tally-ho con acento gallego al ver al raposo. Quien tiene mano para los bichos siempre encuentra qué hacer. Con ser extraordinario todo esto la parte más divertida es la aventura del verano del 34 mientras cumplía de Civil en Solsona. Ese año un aventurero ruso con pasaporte inglés, un tal Boris Skosyrev, se las arregló para convencer a los paletos de Andorra que contaba con la anuencia del heredero del trono de Francia para que aprobaran una constitución en la que lo reconocieran a él como su Rey. Su Majestad Boris I de Andorra. Sorprendentemente todos los miembros del Consejo General cayeron en el engaño menos uno, que envió un memorándum dando el chivatazo al Obispo de Urgell, que desde siempre es copríncipe con el Presidente de la República vecina. Francia contestó que no se oponía a las decisiones del parlamento andorrano; se ve que aquellos montes le importaban una mierda. Pero Su Excelencia Reverendísima no era tan flojo como los gabachos y mandó recado a Madrid y de allí dieron orden de parar aquello. El día 21 de julio de 1934 el sargento Venancio Regulfe Cestay y cuatro números de la Guardia Civil cruzaron la frontera del principado caminando y en el mismo día invadieron Andorra, derrocaron el gobierno de Boris I, abolieron la Constitución y restauraron los fueros. La policía y ejército andorrano, compuesto por siete miembros al mando de un oficial, nada más verlos llegar se largaron a las montañas y el Sargento Regulfe y sus hombres asaltaron la residencia del Rey y lo prendieron. De una hostia le sacaron los mocos y de un culatazo la tontería, me contaba Benito, y se lo llevaron esposado a Urgell y de allí a Barcelona donde la República le aplicó la Ley de Vagos y Maleantes. A mi me encanta imaginar al Sargento Regulfe y sus cuatro valientes entrando en Andorra para invadirla, envueltos en sus capotes y tocados con sus tricornios de charol, una tarde soleada de junio al paso lento, chulesco y torero de los regulares. Venancio y su tropilla, así sin darle mucha importancia, fueron los últimos españoles en invadir un país, en una aventura loca que recuerda algo al cuento de Kipling. A Regulfe le pesaba, según contaba Bougas, el haber colocado en el mástil del Parlamento andorrano la bandera de la República porque si órdenes son órdenes un juramento es un juramento y él se lo había prestado al Rey. Es de esperar que, con la intercesión de su hermano, ese asunto se le haya perdonado por quien todo lo puede perdonar.